Ebria.
La velada estaba siendo afable y la charla era, dentro de todo, banal. Su madre era quien más hablaba, narrando anécdotas familiares. Su hermana, en cambio, no había dicho más que dos o tres cosas. En cuanto a Lucía, ella parecía estar sumida en algo que estaba diciendo su madre y Logan aprovechó para escrutarla minuciosamente. Llevaba un vestido ancho, de mangas tres cuartos y de escote redondo. Se asemejaba mucho al atuendo con el quel la conoció esa mañana en su despacho hace tantos meses atrás.
Cuando terminaron de cenar, se trasladaron a la sala de estar. Se acomodaron en los sofás y continuaron bebiendo vino tinto. La chimenea estaba encendida, brindando calor a la estancia.
—Siento que esta semana pasará demasiado rápido para mi gusto —acotó su madre, mirándolo expectante.
Era la única que no estaba bebiendo vino. No podía hacerlo por los medicamentos, pero a su percepción, no parecía disconforme con su taza de té.
—Entonces hay que aprovechar cada minuto, mamá —comentó, ponién