CAPÍTULO 3. Un cliente VIP

Sentimientos encontrados, colisionados, ¡estallando como el maldito Vesubio!

Leo gritaba internamente más de lo que gritaba su boca, porque aunque la mujer frente a él se disculpaba de todas las formas posibles, aquellos ojos parecían gritarle: "¡Échate, perro!"

Su boca decía:

—¡Me voy a asegurar de que nunca olvides este día! 

Y el resto de su cuerpo le contestaba:

"¡Los azotes en el trasero no dejan marcas, no te entusiasmes tanto!"

Finalmente maldijo diez veces antes de volver a subirse al Bugatti porque no tenía más remedio y se largó a registrarse en la recepción del hotel.

Angélica, por su parte, siguió su camino hacia la sala de ventas, con media sonrisa de victoria y sin vomitar porque ella ya estaba acostumbrada a aquel olor. El agua de la planta de tratamiento del hotel tenía un olor asqueroso, pero hacía que el césped creciera hermoso y desaparecía en cuanto la tierra lo absorbía. 

Por desgracia, ella seguía oliendo a pañal de recién nacido cuando entró a la sala de ventas.

—¡Por Dios, Angélica, ¿qué demonios te pasó!? —la regañó su jefe y ella entornó los ojos.

—Cortesía de un amable huésped —replicó con molestia. A Federico le encantaba buscar excusas para regañarla y esta vez tenía una buena.

—¿Y estabas saltando los charcos o qué?

—No, Federico, estaba tratando de llegar a mi trabajo, caminando el medio kilómetro que hay desde el estacionamiento de empleados, porque tú eres el único con autorización para estacionar su auto frente a la sala, el resto de nosotros tenemos que caminar hasta aquí —replicó Angélica y lo vio bufar como un toro molesto.

—¡Pues igual, no puedes trabajar oliendo de esa manera, así que desanda el medio kilómetro y vete a tu casa! —le ordenó, pero la mujer soltó su portafolio en una silla y negó.

—No señor, no voy a perder un día de trabajo porque no es mi culpa. Tengo ropa de repuesto en los casilleros, solo dame la llave de la Habitación Muestra y me ducho en pocos minutos —declaró Angélica estirando la mano con decisión—. No pasa nada porque falte un día a la reunión de la mañana ¿verdad? —apuntó mirando hacia la puerta por donde entraban tarde y atropellándose muchos de sus compañeros.

Normalmente Federico le dejaba pasar cualquier cosa a los demás y esa era una de las cosas que ella detestaba de él: tener que ganarse con uñas y dientes lo que su jefe le regalaba a sus compañeros. Su mano se quedó estirada con gesto decidido hasta que Federico no tuvo más remedio que poner en ella la tarjeta magnética.

Para cuando Angélica se dio la vuelta, ya Greta, la única amiga verdadera que tenía en aquella sala, se afanaba limpiando su portafolio. Le agradeció a toda prisa y salió apurada hacia su casillero. No había baños con duchas para empleados, pero había una habitación VIP en el hotel que jamás se ocupaba porque era la Habitación Muestra, solo existía para mostrarla a los clientes. 

En aquel baño se metió, echando instintivamente lo que llevaba puesto a la cesta de ropa sucia, y metiéndose bajo una ducha que era casi lava volcánica, porque sabía que sería la única forma de desprenderse aquel olor de encima.

Estaba terminando de vestirse cuando su teléfono comenzó a sonar con insistencia y apenas vio el nombre en la pantalla, Angélica le contestó.

—¡Greta! ¿Qué pasa? ¿Ya se acabó la reunión...?

"¡Angie, tienes que venir a la sala, ya!", exclamó su amiga y ella se envaró de inmediato.

—¿Qué está pasando? —gruñó molesta porque sabía que ese tono significaba algo malo.

"Acaba de llegar un super cliente, ya sabes, de los que realmente tienen con qué comprar. Lo captaron en Recepción apenas se registró, y según me dijeron estará en la sala en quince minutos", le explicó Greta.

—Eso es bueno —suspiró Angélica, que había estado rezando por un cliente así—. En cinco minutos estoy allá...

"Pues será mejor que llegues en uno, porque acabo de escuchar a Merea pidiéndole ese cliente al jefe y él tiene cara de que va a aceptar".

—¿¡QUÉÉÉÉÉÉ!? ¡Sobre mi cadáver! 

Angélica maldijo por lo bajo, colgó la llamada y salió corriendo lo más rápido que pudo hacia la sala de ventas. No le extrañaba que quisieran quitarle a ese huésped, sus estadísticas eran de las mejores y ese día le tocaba salir de primera con el mejor cliente disponible que llegara a la sala. Merea, por otro lado, no era una mala vendedora, pero tenía la cochina costumbre de colgarse de Federico solo porque tenía facilidad para arrodillarse debajo de su escritorio... si me entienden.

Llegó a la sala con su mejor máscara de diplomacia y se dirigió hacia su jefe, que en aquel momento hablaba con su amante no reconocida.

—Es un cliente extra VIP —le advertía—. Está pagando una de las suites Master, de última hora y sin fecha estimada de irse. ¿Sabes lo que eso significa? Registró una tarjeta Centurión en la recepción, así que el tipo está forrado. Es el mejor cliente de la semana, ¡no lo eches a perder! 

—¿Y por qué tendría que echarlo a perder Merea? —preguntó Angélica llegando junto a ellos y tomando la tabla de asignaciones—. Es un cliente con calificación excelente, le corresponde al primer ejecutivo de ventas en la línea de hoy y esa soy yo. Según las estadísticas Merea está... octava en la lista de salidas del día.

Federico puso los ojos en blanco, molesto. Angélica no era de las empleadas sumisas que se tragaban cualquier cuento y se quedaban calladas, así que encajarle el favoritismo que tenía con su amante no era simple.

—Merea tuvo una cancelación ayer, debemos darle la oportunidad de...

—No, no tenemos —lo interrumpió Angélica—. Así no es como funciona el sistema. Si a Merea le cancelaron fue porque no le hizo un buen seguimiento a su cliente porque es una floja ¿no es cierto, querida? Ayer escuché tu teléfono sonar todo el día y ni siquiera le respondiste a la señora, así que no me sorprende que te cancelara. 

Frente a ella una pelirroja voluptuosa y con escote pronunciado hizo una mueca.

—¿No puedes ser solidaria ni una vez? —le espetó con tono aniñado y molesto.

—No, la solidaridad no se come. Me tiene sin cuidado si no puedes hacer tu trabajo, pero no te metas con el mío —sentenció ella que ya estaba cansada de que Merea siempre intentara aprovecharse de la situación para quedarse con los mejores clientes.

—¡Ay, Fede, dile algo! Solo es un cliente y yo soy buena vendedora...

—La propina por medias horas de placer no se considera "venta" —siseó Angélica y se giró hacia su jefe, pero por su expresión ya sabía que pasaría por encima de ella y de todo su trabajo para darle el privilegio a su amante.

—Esta sala la dirijo yo, Angélica. El cliente va a ser para Merea y punto. El segundo mejor que entre será para ti —sentenció con descaro y ella tuvo que aguantarse que la pelirroja pasara junto a ella con una sonrisa de arrogante satisfacción.

"Maldito idiota", gruñó Angélica mentalmente mientras se iba al otro lado de la sala para desahogarse con Greta. Necesitaba tanto conseguir un buen contrato, y le quitaban de las manos a ese cliente que parecía destinado a ella.

Se guardó su impotencia y sus ganas de llorar, pero veinte minutos después, cuando por fin el misterioso cliente llegó a la sala, a Angélica casi se le cayó la quijada de la impresión.

—¡Joder, joder, joder! —susurró dándose la vuelta para que él no la viera, pero no había dónde esconderse.

—¡Jesús, cosita más sabrosa...! —jadeó Greta y su amiga le siseó para que se callara.

—¡Es el idiota que me mojó! —le dijo en un murmullo—. ¡Solo es un odioso, arrogante!

—¡Ay pero qué odioso arrogante tan bonito...!

—¡Greta ya consíguete un vibrador y deja de mirarlo...!

Pero precisamente aquel cuchicheo fue lo que llamó la atención.

Leo había pasado por tres duchas antes de que fueran a tocar a su puerta para ofrecerle un tour por el hotel. Sabía que esa era la estrategia para llevarlo a la sala de ventas, así que fingió morder el anzuelo y poco después estaba allí, estrechando la mano de aquella mujer excesivamente melosa que parecía a punto de echarse a sus pies. 

—Mi nombre es Merea Stiglione, y voy a ser su ejecut... 

En ese momento el cerebro de Leo se desconectó. Esa no le convenía, no iba a aprender nada de una mujer que vendía por su apariencia. 

Sus ojos pasearon por la sala y de repente la vio, intentando esconderse detrás de una chica más pequeña que ella. 

Leo no supo decir qué fue, si el traje profesional que no lograba disimular sus curvas o aquellos ojos que echaban fuego, lo cierto fue que aquel latigazo de adrenalina volvió a recorrer su cuerpo y sonrió, dejando a Merea con la palabra en la boca para caminar hacia ella.

—¡Señor... espere...! —intentó detenerlo Federico pero Leo solo la señaló.

—La quiero a ella —sentenció y Angélica se ahogó con su propia lengua.

—Pero señor...

—¿Algún problema? —preguntó Leo con voz gélida y grave, y el jefe negó de inmediato.

—¡No, claro que no, señor Lombardo! Lo atenderá quien usted prefiera. ¡Angélica! —la llamó y ella no tuvo más remedio que atenderlos.

Apenas la tuvo enfrente él miró al jefe de la sala con una expresión que significaba: "Estás sobrando. ¿Qué haces aquí todavía?"

Un segundo después se quedaban solos y Leo daba un paso hacia adelante, invadiendo el espacio personal de aquellas mujer con el mayor descaro. 

—Así que Angélica... —susurró con una voz profunda que le erizó la piel—. ¿No te me quieres restregar ahora que ya estoy limpio?

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