El beso en la plaza aún ardía en los labios de Valeria. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que el peso que llevaba en los hombros se hacía más ligero. Pero apenas abrió los ojos, la realidad volvió a golpearla: la gente los observaba, algunos con curiosidad, otros con desprecio.
Gabriel no se inmutó. Con calma, la abrazó frente a todos, como si no hubiera nada que esconder.
—Que miren lo que quieran —le susurró al oído—. Yo no me avergüenzo de ti. Nunca lo haré.
Valeria tragó saliva. Una parte de ella quería creer esas palabras, entregarse por completo a lo que sentía. Pero otra parte recordaba demasiado bien el veneno que Alexandre había dejado en su mente: “Nadie más te va a querer. Nadie más va a soportar tu sombra.”
—Vamos a casa —dijo Gabriel con firmeza, como si no diera lugar a réplicas.
Ella asintió.
En el refugio
De vuelta en el departamento, Valeria se encerró en la habitación unos minutos. Quería estar sola, pero no para huir, sino para mirarse al espejo.
El reflejo le