El sol de la mañana entraba tímidamente por las cortinas del departamento. Valeria estaba sentada en la cama, con las rodillas recogidas contra el pecho, abrazándose a sí misma como si necesitara protección. La noticia aún resonaba en su cabeza: su rostro en televisión, su nombre en bocas ajenas, su vida convertida en chisme.
Gabriel salió de la ducha, con una toalla en la cintura y el cabello húmedo, y la observó en silencio por un instante. Sabía que estaba quebrada por dentro, pero también sabía que si la trataba como a una víctima, ella levantaría muros.
Se sentó a su lado, y sin decir nada, extendió la mano. Valeria lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero tomó su palma con fuerza, como si allí encontrara un ancla.
—Todo pasará, Valeria —murmuró él.
—No, Gabriel… —respondió con voz rota—. Esto apenas empieza.
Él la atrajo hacia su pecho y la abrazó con firmeza.
—Entonces lo enfrentaremos juntos.
Por un momento, Valeria se permitió descansar en ese abrazo. Cerró los ojos y esc