La habitación se estremeció con un retumbante grito interior, un sonido que parecía provenir del mismo suelo bajo sus pies. El aire se volvió denso, casi pegajoso, como si una niebla invisible estuviera invadiendo cada rincón. Valeria podía sentir la presencia de algo más allá de la lógica, algo mucho más antiguo, mucho más poderoso que todo lo que había enfrentado hasta ese momento.
Alexandre, con su rostro desfigurado por el sufrimiento y la desesperación, dio un paso atrás, como si quisiera alejarse de ella, pero algo lo mantenía ahí. La puerta cerrada con fuerza parecía vibrar, y el suelo crujió como si estuviera a punto de abrirse. La luz de las antiguas lámparas de aceite parpadeó de manera errática, como si fueran a apagarse en cualquier momento.
—No sabes lo que estás haciendo... —dijo Alexandre, su voz ahogada, casi inaudible, como si las palabras fueran una condena. —Este lugar... este libro... todo está sellado. Si lo abres... no solo liberarás lo que está en el sótano, sin