El pasillo se extendía ante Valeria como un túnel sin fin, y la oscuridad, densa y palpable, parecía tragarse la luz de su lámpara. El aire era pesado, impregnado de humedad y un extraño frío que le calaba los huesos. Cada paso que daba resonaba en el silencio absoluto, como si la mansión misma estuviera conteniendo la respiración.
A medida que avanzaba, la luz tenue que provenía de la habitación al final del pasillo comenzó a intensificarse. La puerta, de madera gruesa y antigua, estaba cerrada, pero no parecía haber cerradura visible. Sin embargo, Valeria pudo sentir que la puerta estaba protegida de alguna manera, como si algo invisible la mantuviera sellada. Era un sentimiento extraño y un escalofrío recorrió su espina dorsal.
¿Qué había detrás de esa puerta?
Deteniéndose a pocos pasos de ella, Valeria levantó la mano y la posó sobre la superficie de la puerta. Un temblor recorrió su cuerpo. Parecía que algo la estaba observando, como si ese lugar hubiera estado esperando su llega