El auto negro permaneció estacionado frente al edificio durante horas. La lluvia caía en un ritmo constante, ocultando parte de la figura que se mantenía dentro, observando cada movimiento, cada luz que se encendía y se apagaba en el departamento de Valeria. Alexandre no se movía; solo fumaba, en silencio, con una mirada helada que no revelaba cansancio ni culpa.
Dentro del apartamento, Valeria intentaba distraerse preparando té. Gabriel estaba en el sofá, revisando papeles, buscando algún contacto que pudiera ayudarlos. Pero su mente no dejaba de girar en torno al mensaje y a la carta.
Cada ruido del pasillo le parecía sospechoso. Cada sombra proyectada por los faroles de la calle se sentía demasiado viva.
—¿Estás bien? —preguntó él, al notar cómo su mano temblaba sobre la taza.
—No lo sé —respondió con honestidad—. Siento que algo va a pasar…
Gabriel se levantó y la abrazó por detrás, apoyando el mentón en su hombro.
—Nada va a pasar. No mientras yo esté aquí.
Ella cerró los ojos, b