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Valeria corrió sin mirar atrás.

El niño se aferraba a su cuello mientras ella avanzaba entre las calles estrechas, las piedras húmedas resbalando bajo sus botas.

El viento helado cortaba la piel, pero nada importaba más que una cosa:

Alejarse de Alexandre.

—¡VALERIA! —la voz de él retumbó por toda la plaza.

Ese grito la atravesó como un rayo.

Corrió más rápido.

Alexandre no necesitó pensarlo dos veces.

Comenzó a perseguirla con pasos largos, seguros, como un lobo que sabe que la presa está herida.

Sus hombres intentaron seguirlo, pero él levantó una mano.

—¡NO! ¡Solo yo! —ordenó con autoridad.

Porque ese momento… era suyo.

Valeria dobló hacia el callejón que llevaba al río.

El ruido del agua era ensordecedor.

La neblina, espesa como humo.

—Aguanta, mi amor —le dijo al niño—. Solo un poco más…

Pero el niño temblaba.

Y detrás de ella, los pasos de Alexandre se volvían más fuertes, más cercanos.

—VALERIA, DETENTE —su voz fría se deslizaba entre la neblina—.

No tienes a dónde ir.

Ella n
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