Meses después, la familia finalmente pudo respirar con cierta tranquilidad. La casa-refugio se había convertido en un hogar seguro, lleno de amor y cuidado. Valeria y Gabriel vigilaban constantemente, pero el temor había dado paso a la esperanza y a la rutina de una vida protegida.
El niño crecía feliz, sin conocer completamente la amenaza que alguna vez había acechado su infancia. Las gemelas, ahora adolescentes fuertes y decididas, se habían convertido en guardianas y confidentes de su hermano, asegurándose de que ningún peligro volviera a acercarse.
Alexandre, por su parte, había sido apartado por la ley y por su propia comprensión de que su obsesión casi lo había destruido. Alejado de la familia, comenzaba un lento proceso de reflexión y aceptación. Comprendió que no podía poseer lo que no era suyo y que su amor debía transformarse en algo responsable, controlado y respetuoso de los límites.
Una noche tranquila, Valeria observó a su hijo dormir, con una sonrisa serena en su rostro