Alexandre dio un paso al frente, su rostro enrojecido por la furia contenida durante años. Sus manos temblaban, la respiración entrecortada, y sus ojos brillaban con una mezcla de celos, dolor y desesperación.
—¡Eres una mujerzuela! —gritó, con la voz rota—. ¡Destruiste todo! ¡Mi vida, mi familia… todo lo que creí mío!
Valeria, sosteniendo a su hijo, retrocedió un paso, pero su mirada permaneció firme. Gabriel la protegía, el puño apretado, listo para actuar, mientras las gemelas observaban cada movimiento de su padre biológico, sabiendo que su furia podía desatar el caos en cualquier instante.
—¡Alexandre, cálmate! —gritó Gabriel—. No vamos a dejar que lastimes a nadie más. No al niño, no a Valeria, ni a tus hijas.
Alexandre se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad, mientras la rabia y los celos lo consumían:
—¡Yo debí tenerlo todo! —rugió—. ¡A Valeria, al niño… todo era mío por derecho! ¡Y ahora… ahora todo se me escapa!
Su esposa dio un paso firme, mirándolo direct