CAPITULO 32

Incliné la cabeza hacia atrás y gemí con fuerza, el ruido se mezcló con sus jadeos de placer y dolor. Sabía que estaba dolorida y me dije a mí mismo que fuera suave. Que fuera suave. Pero cuando empezó a cabalgar sobre mí, vi una bruma de placer y necesidad. Levanté las caderas y la atraje hacia mí, la follé como si ella fuera el aire y yo me estuviera ahogando.

Quería volver a correrme dentro de ella. Quería dejar una pequeña parte de mí dentro de ella como ella hizo conmigo. Galilea se abrió camino en mi cuerpo, arrancó capa tras capa, me desolló vivo hasta que fui lo más vulnerable que jamás fui. Y ella ni siquiera lo sabía. Nunca entendería lo desnudo que estaba.

—Mío —gruñí justo antes de tomar su boca en un beso amoroso. Se aferró a mí como si tuviera miedo que la dejara ir.

Nunca.

Sin Leonid, sólo quedaba una amenaza de la que deshacerse, y era ir a Las Vegas y encontrar a los hombres de los que Galilea huyo, que la amenazaron, que pensaban que podían herirla y utilizarla. No
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