La espera se hizo insoportable. Catalina intentaba parecer casual, mezclándose entre los invitados, pero su mirada se desviaba constantemente hacia la entrada. La mansión, con su opulencia fría, parecía vibrar con su propia ansiedad.
Mientras tanto, a unos pocos kilómetros de allí, un Leonardo furioso aceleraba por las calles, dejando atrás su apartamento y el caos de sus maletas. Las imágenes en su teléfono se repetían en un bucle infernal: Catalina con Verónica, Catalina con Lucía, Catalina con Elena. Cada foto era una chispa que encendía su ira, avivando la hoguera de su ego herido.
"¿Qué significa esto?", se decía a sí mismo, el volante entre sus manos apretado con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. "Ella está conspirando. Se está burlando de mí. Después de todo lo que he hecho… ¿me está apuñalando por la espalda con estas… estas mujeres?"
La idea de que ella pudiera estar usando a sus antiguas conquistas para atacarlo era una afrenta intolerable.
Cuando el coche d