El bullicio del "Velvet Club" envolvía a Leonardo como una manta ruidosa y familiar. Los destellos de las luces de neón danzaban sobre las copas llenas de whisky, y el ritmo palpitante de la música electrónica se filtraba en cada rincón del local, vibrando en el aire y en los huesos. Era su refugio habitual cuando la presión del mundo real, o en su caso, del mundo laboral impuesto y de su extraña situación matrimonial, se volvía demasiado asfixiante.
En una mesa apartada, rodeada por la familiar camaradería de sus amigos, Juan Carlos y Fernando, Leonardo intentaba ahogar sus frustraciones en un vaso de escocés añejo. El aroma dulce y ahumado apenas lograba mitigar el sabor amargo que le dejaba la reciente confrontación con Rodolfo y la incomprensible actitud de Catalina.
—¿Qué tal, amigo? —preguntó Juan Carlos, con su habitual tono ligero y una sonrisa pícara—. ¿Cómo te va con la esposa emprendedora? ¿Ya te tiene domado?
Leonardo bebió un largo trago antes de responder, sintiendo el c