Deacon llevó a los niños al colegio, de ahí pasaba a las oficinas de Alejo. Por mi parte, yo necesitaba hablar con alguien para ayudarme a centrar mis ideas y más ahora que debía ir a cuidarlo. Me arreglé, salí en busca de la persona que podría ayudarme. Llegué a la iglesia, entre semana ofrecía dos eucaristías, a las siete de la mañana y de la noche, no había nadie, así que me dirigí a la casa parroquial. Toqué, pero nadie me abrió.
—¡Buenas!
—Buenos días, Blanca.
Giré, el padre se encontraba en su jardín, tenía guantes y la tijera de jardinería, su delantal demostraba que ya tenía horas trabajando con la tierra.
—Mi jardinero tiene resfriado y la jardinera principal anda embarazada, así que tocó meter mano a la tierra, —dijo sonriendo—. Ya me hacía falta.
—Buenos días, padre.
Me hizo señas para sentarme en la banca. A un lado ahora había una mesita. Su actitud me dio a entender que no se ha sorprendido por mi visita.
—Sí, es nuevo, como en los últimos meses la banca se ha convertido