Samira soltó una risa suave antes de despedirse y salir nuevamente al encuentro de Alister.
Cuando llegó hasta él, lo encontró poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo de los pantalones. La luz del atardecer delineaba su figura con tonos cálidos, resaltando la intensidad de su mirada cuando levantó los ojos hacia ella.
—Es un lugar muy tranquilo —comentó Alister, observando a su alrededor con una expresión de sincero aprecio—. Y muy hermoso. Los paisajes son realmente impresionantes.
Samira sonrió, sintiendo cierto orgullo por el lugar donde había crecido.
—Si quieres, puedo mostrártelo mejor. Aunque, para ser sincera, no podríamos recorrerlo por completo. Este pueblito puede parecer pequeño, pero en realidad es bastante extenso.
Alister no dudó en aceptar.
—Está bien, iremos a donde tú quieras.
Samira comenzó a caminar y él la siguió sin cuestionar el rumbo que tomaba. A medida que avanzaban por las calles del pueblo, algunos vecinos que reconocían a Samira se acercaban a saludarla