10. Un castigo
Había corrido con mi hija hacia mi oficina, donde me encerré con ella. En el interior reinaba un silencio cargado de tensión, como si reflejara la inquietud que me embargaba en ese momento. Observé a Anastasia, y en su rostro se reflejaba esa pureza que me partía el alma. Ella no hablaba con nadie, y al escucharla despedirse de Alexander supe que la sangre la llamaba. Era un llamado que no podía ser ocultado, pero sí distanciado. Por ahora, mi plan sería convencer a Anastasia de que se alejara de Alexander… lo más posible.
Me agaché un poco para estar a su altura y, con voz suave pero decidida, susurré:
—Anastasia, mi pequeña princesa, la reina de mi corazón… Hay algo muy importante que debes escuchar. No debes acercarte a ese hombre que viste en el parque. Por favor, evítalo. Aléjate de él.
Con sus enormes ojos, dirigió la mirada hacia abajo en silencio, lo cual aumentó aún más mi desasosiego. Aunque no hablara, podía sentir que dentro de sí había una protesta silenciosa.
—Ese hom