Bruno sabía que su hija no estaba siendo sarcástica.
—Sólo me preocupo por ti, ya lo sabes.
—Lo sé, pero no es necesario. He sobrevivido por mi cuenta todos estos años, ¿no?
Ya era adulta, por el amor de Dios.
Pero el hombre se sintió más culpable al oír aquello.
—Es porque tuviste que sobrevivir sola sin mi ayuda por lo que me siento culpable, Sofía. Lo único que espero es que por fin encuentres un buen joven para que pueda protegerte cuando yo no esté.
—Entonces te has equivocado, papá. Hoy en día no tiene sentido confiar en los demás. —Nunca se había planteado encontrar a alguien que la protegiera. Incluso si lo hacía, quería que esa persona le gustara de verdad.
Bruno negó con la cabeza, suspirando de nuevo.
—No tengo ni idea de dónde has sacado tu firmeza.
Sofía sonrió, pero no respondió.
—Sigues sintiendo algo por Julio César, ¿verdad? —le preguntó su padre, todavía preocupado.
Sofía se puso rígida al instante. No estaba preparada para aquella pregunta.
—¿Por qué lo dices? Ha