Los días siguientes transcurrieron con tranquilidad. Sofía se acostumbró a ir a trabajar al hospital todos los días mientras recibía informes de los progresos de sus empresas. Tenía su espacio personal la mayor parte del tiempo, por lo que la vida ahora era mucho más agradable de lo que ella había imaginado.
En el momento en el que Sofía se enteró de la muerte de Leo, Julio estaba llamando a su puerta. Sofía era ahora menos reacia a echarlo, probablemente porque él la había salvado de una muerte segura hace un tiempo.
Colgó la llamada y se mordió el labio, pensativa. Al cabo de un rato, le preguntó a Julio:
—¿Tú has hecho esto?
—¿El qué? —Julio parpadeó, sin entender su pregunta.
—Leo Cruz está muerto.
Lo encontraron sin vida en su celda antes de la fecha de su juicio, lo que, para Sofía era sospechoso. La única persona a la que podía imaginar dando la orden de matar era Julio.
El hombre comprendió al instante lo que ella le preguntaba. Sacudió la cabeza.
—No fui yo.
Sofía frunció e