Leo asintió con la cabeza y luego miró a Bruno y Rodrigo entre la multitud.
—Están jodidamente satisfechos con ustedes mismos, ¿verdad? Consiguieron lo que querían: borrar a mi familia de Ciudad DF.
—Puedes decirnos lo que quieres, Leo, y te lo daremos, sea lo que sea. Sólo deja que Sofía se marche primero. Intercambiaré el lugar con ella —se ofreció Bruno. Si Leo detonaba esas bombas en su cuerpo, perdería a su hija.
Leo resopló.
—Dije que te quedaras quieto, ¿no?
Bruno frunció los labios pero se quedó donde estaba.
Mientras todos esperaban a que Leo hablara sobre lo que quería de ellos, María acababa de regresar a casa. Estaba a punto de relajarse y entrar en casa después de una noche agotadora cuando vio a alguien conocido en la puerta.
Sintió escalofríos. Se quedó inmóvil, dudando si seguir adelante o no.
—Mierda, no es como si pudiera esperar ahí fuera toda la noche. Además, no hay razón para tenerle miedo. No tiene ninguna influencia en Ciudad DF.
Con esa idea en mente, María se