Cuando Sofía se marchó, Julio se quedó mirando la puerta cerrada con una sonrisa amarga en la cara.
—¿Qué no piense demasiado? ¿Cómo es posible? —se preguntó.
Sin Sofía cerca, no podría aguantar ni un minuto en la sala.
Casi inmediatamente, llamó a Alejandro para que le ayudara con los trámites del alta hospitalaria.
Sofía, por supuesto, no sabía nada de su acción. Si se enteraba, le echaría la bronca.
Era un tipo problemático.
Cuando Sofía se presentó en el chalet de Diego, encontró a Mario esperando ansioso en la puerta.
Se apresuró a acercarse a ella, lo que la puso nerviosa.
—¿Qué le pasa? Ayer parecía estar bien.
—No tengo ni idea. Se despertó con migraña esta mañana, pero te lo ocultó para que no te preocuparas. Su estado ha empeorado, pero no quiere ir al hospital. No tuve más remedio que llamarte.
La habilidad interpretativa de Mario fue excelente, pues Sofía no detectó nada raro.
Sin más preguntas, subió a la habitación de Diego, en el segundo piso.
Mario se quedó en el prime