Estamos los dos sentados arreglando su calendario, porque tenemos que mover unas reuniones de urgencia.
Y, como siempre, discutiendo de forma pasivo-agresiva.
Si hay algo en lo que estamos de acuerdo, es en discutir cualquier decisión del otro.
—Si pones la reunión a las dos, no podrás ir a las otras dos.
Y está la posibilidad de que tengas que aplazarlas —dije, estresada por repetir lo mismo desde hacía quince minutos.
—¿Por qué no puedo hacer reuniones de una hora? Me parece un desperdicio de tiempo.
—Todos solicitaron que fuera más de una hora, quieren tocar temas importantes.
¿Quieres volver a ver el correo?
Se sentó a mi lado.
—Muéstrame, quiero ver la urgencia.
Volví a abrir el correo —que sabía que él ya había visto—.
Solo quería ponerme a prueba.
En estos quince días noté que, a veces, lo hacía: pequeñas pruebas de atención, para ver si estaba lo suficientemente pendiente.
Se lo mostré y señalé:
—Como puedes ver, justo encima de mi dedo, dice “solicitamos por lo menos dos h