Victoria, La Novia Alquilada
Victoria, La Novia Alquilada
Por: Calironi
Capítulo 1

Narrador:

Victoria había abandonado su casa huyendo de un padrastro abusivo y una madre alcohólica. Luego de sufrir varios intentos de violación ante la mirada indiferente de su progenitora, a quién solo le interesaba complacer al hombre que había metido en su casa.

La joven, luego de luchar y lograr resistir durante varios años, por fin encuentra el momento oportuno para abandonar aquello que consideraba su hogar y dejar atrás años de tormentos.

No tenía más familia, no había conocido a su padre, ni abuelos, primos, o algún pariente. Así que una vez en la calle se encontraba sola, libre y feliz, pero sola, muy sola.

Estaba con lo puesto y llevaba un bolso de mano con solo una muda de ropa, fue lo único que pudo sacar de su casa tras su apresurada huida. No tenía ni un centavo en sus bolsillos. Ir a un refugio no era una opción. Sabía que sería el primer lugar donde su madre la buscaría, y si algo tenía en claro era que no quería ser encontrada por nadie, menos por ella.

– Anda bonita, ven a sentarte en la falda de papi que quiere hacerte unos cariños

Esas palabras, con aquel repugnante tono ebrio de voz, retumbaban una y otra vez en la cabeza de Victoria, cada vez que lloraba arrepentida por haberse escapado.

Era ya tarde en la noche y se encontraba sentada en la banca de una plaza, un gran árbol hacía sombra, no dejando que la luz del farol la iluminara.

De pronto sintió una mano en su hombro desde la espalda, su corazón dio un brinco y se sobresaltó.

– No te asustes - le dijo una joven esbozando una sonrisa - no te haré daño - su voz era dulce y serena - ¿quieres algo caliente de beber?, tengo café y té - ella no le respondía - hace mucho frío, te vendría bien aceptar mi ofrecimiento

Entonces Victoria asintió con la cabeza y tomó el vaso con el té caliente que la joven le ofreció. Bebió un sorbo y observó que le regalaba una sonrisa.

– Ten – le dijo dejando un envoltorio a su lado sobre la banca - son unos trozos de torta, la ha hecho mi madre, te los dejos por si tienes hambre también. Si estás aquí mañana a esta hora te traeré más y, si tú quieres claro está, conversamos un rato - Victoria volvió a asentir con la cabeza - bien, mañana nos veremos, ahora debo seguir que hay mucha gente con frío. Que pases una buena noche

Sin esperar respuesta la amable joven se retiró.

Victoria la siguió con la mirada observándola con detenimiento.

Se detuvo en todas las bancas y con toda la gente que estaba apostada en la plaza. Con cada uno de ellos repitió el amable ritual.

En ese momento se dio cuenta de que se había convertido en una indigente. Esa gente, que observaba desde el bus, durmiendo en la calle o comiendo de los tachos con deshechos, ahora ya no le sería ajena, ella también pertenecía a esa casta.

En noche descubriría los aspectos de vivir en la calle. Sobre todo los conflictos y las peleas por el lugar donde dormir.

– Estás sentada en mi cama. Tienes que lárgate si no quieres que te lastime.

Le amenazó un joven que se acercó hasta ella. No hubiera sido necesaria la amenaza, solo con el hediondo olor que desprendía, ella se hubiera alejado.

– Perdona, no sabía que dormías aquí - Le respondió mientras se ponía de pie - soy nueva aquí y no sé dónde puedo dormir sin molestar nadie

El joven se rascó la cabeza con furia, producto de la suciedad que llevaba encima, y le señaló la banca contigua.

– Allí dormía Marta. Pero hace un par de días no se despertaba así que se la llevó una ambulancia y no ha vuelto, creo debe de estar muerta, así que no le va a molestar que ocupes su cama.

– Gracias, y otra vez, perdona

– Na… ya vete –

Le respondió el hombre y Victoria se dirigió a esa banca. No muy contenta, pues era seguro que la pobre Marta había muerto allí y que la ambulancia sólo recogió su cadáver.

Se acurruco lo mejor que pudo y trató de alejar los malos pensamientos para poder de dormir.

Cuando estaba a punto de lograrlo se le acercó otro joven, pero este estaba muy pulcro y limpio. Le puso una manta sobre el cuerpo.

Victoria abrió un ojo para observar. Él la vio mirarlo, entonces se acercó.

– Hola, me llamo Pablo. Supuse que tenías frío y te puse una manta - le sonrió, “¿porque esta noche todos me sonríen?” - mira la noche es muy dura para la gente como nosotros, te dejo una tarjeta, si quieres puedes venir más tarde -

Sin decir nada más se dio media vuelta y se alejó. Ella se sentó.

"¿Qué habrá querido decir con gente como nosotros?". Entonces miró la tarjeta

"Grupo de adictos anónimos.

Si no tienes trabajo, que comer o dónde dormir. Nosotros podemos ayudarte. Abierto las 24 horas" y a continuación una dirección.

Seguro se trataba de algún adicto rehabilitado trabajando para una ONG.

Pero ella no era una adicta. Era solo una chica asustada escapando de un hogar abusivo.

Arrugó la tarjeta con la intención de desecharla, pero en lugar de eso se la guardó en el bolsillo. Luego se tumbó en la banca, apoyó su cabeza en la mochila y tapándose con la manta recién adquirida, trató de dormir. Cosa que le sería imposible.

Como era de esperarse pasó la noche con un ojo abierto y el otro cerrado. Gracias al té que le había ofrecido aquella gentil joven y la manta cedida por el chico del grupo de adictos, no había pasado frío.

El amanecer despuntaba y el sol ya se abría paso entre las demás estrellas para regentear en el firmamento. Se sentó y se desperezó como si hubiera pasado una noche magnífica. Juntó sus cosas y se dio cuenta que precisaba con urgencia un baño. Así que comenzó a caminar rápidamente, solicitó entrar al baño en infinidad de lugares, pero en ninguno tuvo suerte, es más, fue echada de muy mala manera.

No quería desanimarse, pero le estaba siendo difícil no hacerlo. Lamentablemente tuvo que utilizar el recurso que tantas y tantas veces había repudiado, o sea esconderse detrás de unos arbustos para hacer sus cosas.

Una vez saciadas sus necesidades fisiológicas, comenzó a caminar. Su idea era alejarse del centro de la cuidad. Sabía que en esa zona había muchas casas, que en su momento habían sido mansiones y ahora estaban abandonadas. Por un momento fantaseó con que era una mujer rica y refinada buscando una mansión que comprar. Se detuvo frente a una casa, no era demasiado grande, pero su arquitectura era exquisita. Con mucho esfuerzo logró abrir el pesado portón en hierro, no estaba con cerrojo, pero si pesado, por desuso, alguna enredadera que lo usurpó y el hierro ornamentado en sí mismo. Se notaba deshabitada, pero no parecía abandonada del todo, y mucho menos estar en ruinas. Aunque el jardín descuidado y la hierba muy crecida, denotaban que hacía mucho tiempo que nadie iba por allí, y sobre todo nadie le estaba haciendo mantenimiento. Al llegar a la

puerta principal se encontró con que estaba cerrada. Buscó por todas las macetas hasta que encontró las llaves y pudo ingresar.

Era una casa hermosa, estaba llena de muebles, pero cubiertos con lienzos para preservarlos. Un gran salón le daba la bienvenida al pie de un par de escaleras que llegaban al piso de arriba de una forma majestuosa. La recorrió corriendo, hasta que llegó a la cocina, se encontró con una gran alacena con varias latas de comida en vigencia. Era seguro que alguien la había surtido y luego no había ido. Para su sorpresa contaba con luz y agua, así como gas. Solo era abrir las llaves. Estaba en la gloria, había encontrado un lugar donde vivir, aunque fuera por un tiempo. Sabía que no podía llamar la atención, así que debería ser muy cauta a la hora de utilizar los recursos que le ofrecía, así que tenía que cuidar el gasto de la luz, gas y agua, para que no le llamaran la atención al posible dueño.

Luego de estar unas horas ya pudo darse un baño caliente y cambiarse de ropa, así como lavar la que llevaba puesta. Juntó un poco de leña, encendió la chimenea del dormitorio principal y se trajo una de las latas de guisado. La calentó en la hoguera y se sentó frente a ella a disfrutar del fuego y la comida. El día le pasó volando, más cuando la noche anterior no había podido pegar un ojo. En realidad estaba muy cansada, pues la larga caminata desde que había salido de su casa y la baja de la tensión que le causaba el estrés, hicieron que se recostara en la cama y durmiera por horas.

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