Lo siento...

Para no llamar demasiado la atención, bebí varios tragos y traté de bailar en la pista, aunque fuera sola o con algún tipejo que se me atravesara en el medio. Estar en la mira del bartender me tenía con los nervios a flor de piel. Entre más pasaban los minutos, más me desesperaba por dentro. El tal Wesley Ford no aparecía por ningún lado, y ese hecho me ponía aún más ansiosa.

—Vayamos a un lugar más privado, belleza — me susurró el hombre con quién llevaba bailando un rato.

—¿Qué lugar? — me hacía la ebria, para no levantar sospechas.

—Ya verás, lindura. Te puedo asegurar que la pasáramos muy rico.

—De eso no me cabe duda — miré de reojo la segunda planta, en el mismo instante en el que Wesley Ford bajaba por las escaleras de metal—. Pero será en otra ocasión. Por ahora debo irme.

—¿A dónde crees que vas, lindura? — se aferró de mi cintura, y suspiré—. Ni creas que la fiesta se ha acabado.

—Para mí ya acabó. Si no me suelta...

—¿No te haces ni una idea de quién soy? — bajó la mano a m
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