Gabriel se despertó de manera abrupta, la oscuridad de la habitación envolviéndolo. Se sentó en la cama, sintiendo el peso de la noche y la tensión acumulada de los últimos eventos. Miró a su lado y vio a Eva, dormida, su rostro tranquilo y sereno. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, pero la inquietud seguía presente en su mente.
Se levantó, decidido a despejar sus pensamientos. Caminó hacia el salón, cada paso lo acercaba a la realidad de lo que había sucedido. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver a sus padres sentados en el sofá, con expresiones de preocupación en sus rostros.
— ¿Qué hacen todavía aquí? — preguntó Gabriel, con su característica apatía, aunque una parte de él se sintió incómodo por su presencia.
— Te dije que no le gustaría vernos aun aquí, madre — manifestó el menor de los Montenegro.
Su madre se puso de pie, junto con Gael, y la preocupación en sus ojos era evidente.
— Queríamos saber que todo estuviera bien — dijo ella, su voz suave —. Y decirte que deja