Capítulo 4

Aiden

Estudié a la chica que tenía delante. Su voz temblaba, aunque intentaba disimularlo. Una loba fiera típica.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó de nuevo, alzando ligeramente la barbilla, como si me retara a responder. Su pecho subía y bajaba en respiraciones agitadas.

No contesté.

Seguí observándola. La tensión de sus hombros, el leve temblor de sus manos, el fuego obstinado que ardía detrás del miedo. Intentaba parecer valiente, pero su aroma la delataba. No solo estaba asustada y agotada… estaba herida. Un dolor que yo podía aprovechar sin el menor reparo.

Sus ojos se cruzaron con los míos apenas un segundo antes de huir. Casi podía palpar el peso de su inquietud bajo mi mirada.

—¿Por qué me salvaste? —preguntó entonces, con voz más suave, insegura.

Tampoco respondí. Las palabras sobraban.

En lugar de eso, acerqué un taburete. El roce de la madera contra la piedra rompió el silencio. Me senté, apoyé los codos en las rodillas y contemplé su rostro agotado.

Por un instante, la habitación se desvaneció y recordé.

Flashback

Había salido a caminar por los acantilados, lejos del bullicio de mi manada. Un alfa necesita estar solo de vez en cuando. El aire era frío, casi reconfortante.

Fue durante ese paseo cuando la vi.

Estaba de pie al borde del precipicio, su vestido blanco ondeando al viento como el velo de un fantasma. Incluso desde la distancia, la desesperanza resultaba evidente. La observé un buen rato.

Permaneció inmóvil mucho tiempo, y algo en su postura —esa quietud, esa tristeza— tiró de algo muy profundo dentro de mí.

Los recuerdos destellaron. Una sensación de déjà vu me golpeó, y por un instante otra imagen se superpuso a la escena, trayendo a la superficie un recuerdo que llevaba años intentando enterrar.

Apreté la mandíbula y lo aparté. El pasado debía quedarse donde estaba.

La silueta delgada de la mujer cortó mis pensamientos de golpe:

Se había inclinado hacia adelante.

Iba a saltar.

Sin pensarlo dos veces, corrí y la agarré justo antes de que se precipitara al vacío, atrayéndola con fuerza contra mi pecho como si fuera un trofeo que no estaba dispuesto a perder.

Su voz me arrancó del recuerdo y me devolvió al presente. Sus ojos me taladraban, como si pudiera destrozarme con solo mirarme.

—¿Qué hago en tu manada? —exigió, esta vez con un tono más afilado—. ¿Y por qué te aprovechaste de mí? ¿Quién me cambió de ropa?

Me miró como si quisiera arrancarme la piel a zarpazos.

No me inmuté. Seguí estudiándola. Era dura. Sonaba dura y parecía dura a pesar de todo lo que había intentado quebrarla. Exactamente el tipo de mujer que necesitaba.

—Tengo una oferta que hacerte —dije al fin, en tono neutro, casi indiferente.

Observé su reacción con atención: las fosas nasales dilatadas, la mandíbula tensa, los puños apretados a ambos lados del cuerpo. Estaba aterrorizada, pero se esforzaba por ocultarlo. Ojalá pudiera meterme en su cabeza y ver qué demonios pasaba allí dentro.

Asentí levemente, conteniendo una sonrisa.

—¿Eh? —escupió, furiosa.

Ni siquiera alcé una ceja. Había previsto esa reacción; estaba preparado.

—Sé que te han hecho daño —continué, con voz fría y plana—. Sé que buscas venganza. Yo puedo darte todo lo que necesitas: hombres, armas, información, casas seguras, recursos. Todo el poder que requieras para poner de rodillas a Rowan y a sus aliados. Para enmendar los agravios que te han hecho. Pero tiene un precio.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Qué precio? —preguntó, destilando veneno en cada sílaba.

Me acomodé en el taburete y me enderecé el cuello de la camisa.

—Tienes que aceptar ser mi Luna por contrato —dije con toda naturalidad.

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