Capítulo 8

CAPÍTULO 8

Capítulo ocho.

Era tan sencillo caer en las tentadoras propuestas de Max y tan difícil salir de ellas.

Lo único en lo que pensaba era que aquello me podría catapultar al éxito en cualquier universidad que eligiera, él tenía mi futuro en sus manos y yo me ocuparía de utilizarlas a mi favor.

—No pretendo ningún tipo de relación personal y no pretendo tampoco llegar a sentimientos profundos. Si eso ocurre, te desearía buena vida, Ada—me dijo él, revolviendo su café y asi llevárselo a la boca, sosteniendomé la mirada.

—Creí que éramos amigos—le recordé, extrañada.

—Pasamos a un nivel más alto que eso Ada ¿no crees?

Asentí con lentitud, en silencio.

—Este tipo de relación…¿implicará follar?

Por poco se ahoga con el café, y se recuperó rápidamente, mirandomé con sorpresa. Me dio gracia aquella reacción por mi culpa.

—Debo admitir que esa palabra saliendo de tu boca suena tan dulce y delicada que podría escucharla todo el día—soltó, sonriendomé.

—Si decir follar suena bien saliendo de mi boca como tú dices, imagínate lo que puedo hacer con ella—me atreví a decir, cuando levanté la mirada, parecía embobado con lo que acababa de soltar.

Se levantó de golpe y eso me asustó. Temí que se hubiera enfadado por ser tan directa.

—Ven.

Me tomó de la mano, sin darme tiempo siquiera para tomar mi bolso. Por suerte logré alcanzarlo, pegándolo contra mi pecho.

—Apenas tocaste tu desayuno.

—¿Crees que el puñetero desayuno me importa luego de lo que me acabas de decir? Lo que voy a tocar es otra cosa, Gray.

Sus ojos se oscurecieron y me miró con tanta intensidad que mis piernas se sintieron como gelatina. No sé a qué demonios estaba jugando, pero cuando me di cuenta, ya estaba participando.

Me arrastró lo que parecía el baño de damas, frente a la puerta de ella.

—Ingresa para ver si hay alguien adentro —me ordenó, serio.

Fruncí el entrecejo, e hice lo que me pidió. Ingresé al pequeño baño de damas que sólo era para una sola persona, así que no habría personas dentro.

—Es sólo para una persona —le informé, con un pitido de voz.

Max miró a las esquinas de cada pared que daba al baño, con cierta mirada ágil y me adentró al baño de la cafetería Tiffany sin que nadie se enterara ya que había una pared que funcionaba como barrera para no ver quienes ingresaban al cuarto de baño.

—No hay cámaras en las paredes que den al baño, eso nos da ventaja.

Apenas nos adentramos en el baño, cerró la puerta y me acorraló a la pared más cercana. Mi respiración se contuvo, ya que estaba demasiado cerca de mí.

Sus ojos caramelo miraron a los míos, pegando la punta de su nariz contra la mía y prácticamente rosando mis labios con los suyos. Pegó su frente con la mía. Tomó mis muñecas, pegándolas contra la fría pared blanca.

Que hermoso era, y lo odiaba por eso, ya que eso le daba demasiados puntos a favor.

—Dame el privilegio de besar tus labios —susurró, con su cálido aliento pegando en mi rostro, provocando que lo desee aún más.

—Bésame de una jodida vez, Max.

Entonces, lo que tanto quería de él, vino al instante. Max me besó de una forma tan sofocante que creí prenderme fuego, abrí mi boca para darle paso a su lengua que no tardó en entrelazarse con la mía. Sentía sus manos recorrer mi cuerpo, pegando el suyo contra el mío, presionándome contra la pared.

Sentí una de sus manos acariciar mi muslo y no tardó en meterse debajo de mi falda amarilla, llegando fácilmente a mis partes íntimas, arrebatándome el aliento. Uno de sus fuertes dedos comenzó acariciarme.

Por parte mía, los besos se habían detenido ya que mis labios se encontraban entre abiertos y cerré los ojos, disfrutando de su atrevido contacto.

—Tus pezones están tiesos, creo que lo estoy haciendo bien —soltó, y percibí que había embozado una sonrisa.

Estaba a punto de responder, pero uno de sus dedos acariciando aquel punto en donde toda chica desea ser tocada consentidamente y con leves movimientos circulares, provocaron que acallara.

Sentí cómo uno de sus dedos corría traviesamente mi braga blanca para introducirlo en mi interior. Max rápidamente me tapó la boca al ver que estaba a punto de gemir.

—Escucharte sería música para mis oídos, pero no aquí ¿oíste? —masculló con sus labios pegados a mi barbilla.

—¿Qué pasaría si grito aquí mismo? —lo desafié, con una sonrisa y apenas podía hablar, ya que estaba demasiado ocupada sintiendo uno de sus dedos en mi interior.

—No —metió el dedo aún más adentro —, me —otra embestida —,desa... —más rápido que deseaba que fuera él el que estuviera en mi interior —fíes, Gray.

Entonces, con su otra mano empezó acariciar mi clítoris mientras que con la otra metía ahora dos dedos. Mis piernas se sentían débiles, quería gritar, estallar. Demonios, que bien lo hacía. Lo hacía bien, m*****a sea, lo hacía cómo a mí me gustaba y eso era peligroso. Su erección era cada vez más grande, lo sentía contra mi puente de venus.

Estaba demasiado húmeda, tanto que mi braga ya estaba toda empapada. Él sonrió al notarlo. Me obligó a separar más las piernas, empujando con cuidado mis talones con sus pies.

Max jugó insaciablemente con mis labios, hinchando mi clítoris, dibujando insistentes círculos alrededor, estimulándolo con una velocidad que cada vez aumentaba más. Si el pecado se personificara, Max lo sería sin lugar a duda. Un hombre adulto que podría darme incluso el mundo si lo quisiera, él ya me tenía completa y yo era dueña y provocadora de aquel miembro erecto que amenazaba con romper sus pantalones. Eso me hacía sentir deseada, superior a él, siendo jefa de su placer.

Tiene el vil descaro de rosar con la punta de su lengua mis pezones cubiertos por mi camiseta blanca, haciéndome estremecer. Aguardar silencio era lo más difícil que podría pedirme en esa situación. Humedece mi ropa, estremece mí interior y siento que estoy a punto de perder el control, queriendo llegar con mucha ansiedad al clímax que él quiere provocar tapando mis gemidos con su mano.

Entonces, cortando con todo aquel rollo, alguien toca la puerta, despertándome de la ensoñación y golpeándome cruelmente con la realidad. Pero Max no para, no se detiene, continúa masturbándome.

—¿Está ocupado? —pregunta una señora por detrás de la puerta.

Tengo el instinto de querer sacar a Max pero no quiero que pare.

—Sí—logré decir, con toda la voluntad posible por sonar normal.

—Oh, lo siento muchacha.

Y sin decir nada, escuché los pasos alejándose. Max se detiene bruscamente y me levanta en el aire, para sentarme en el lava manos.

—Quiero hacerte acabar con la lengua—me dijo, serio y con la voz ronca.

Sin que lo esperara, abrió mis piernas de par en par con agilidad y su rostro se hundió en mi sexo. Apreté mis labios para no gemir al sentir como pasaba su lengua como si estuviera chupando un maldito helado.

—Oh mi Dios.

Me precipité a la sensación de un orgasmo que estaba cerca, creado por el roce de sus manos inquietas y su lengua juguetona.

Max para, poniéndose de pie y mirándome con un rotundo deseo y yo allí, abierta de piernas ante él, mirándolo con la respiración trabajosa y sin poder creer lo que acababa de ocurrir. Me frustró demasiado que parara.

MAX VOELKLEIN.

Mi memoria ahora vale miles y miles de dólares por tener guardada allí su figura, abierta de piernas para mí encima del lavabo. Podrían habernos arrestado, pero la tensión sexual entre los dos era tan fuerte que no teníamos conocimiento de lo que era el temor a ser descubiertos.

Sus muslos en mis manos, aquella carne que se escapaba de mis dedos era una tortura pecaminosa. Quería tener el tiempo de recorrer sus piernas con mi lengua, tener el tiempo de hacerlo y que ella lo disfrute.

Tenía que tener cuidado, quería ir con calma. No pretendía ser un desesperado. Ella se merecía ser contemplada, no devorada como un monstruo como yo. Porque si vamos al caso, eso era lo que era después de todo: un puto monstruo.

¿Qué amaban las humanas? ¿Qué era lo que deseaban? ¿Así se movían en el mundo terrenal?¿Con propuestas absurdas? Sería por ti, una persona absurda Ada Gray.

¿Acaso te gusta ser tocada como lo estoy haciendo ahora? Ella gime bajo mi tacto, con mis dedos subiendo y bajando sobre la tela blanca de su braga, con una delicadeza para que sienta cada rose. Supe que le gustaba ser acorralada contra la pared cuando floreció de sus labios una sonrisa pícara, desafiante. Podría acostumbrarme a este juego Gray.

Le tapo la boca, no quiero que el resto sea digno de oír sus quejidos de un placer que yo mismo estoy causando. Introduzco un dedo mientras chupo sus pezones y luego otro. Insisto con cada embestida de mis dedos suertudos. Quiero que sea mía.

Luego, cuando está abierta de piernas para mí encima del lavabo clavo mis ojos en los suyos. Sus pupilas, dilatadas y sus labios hinchados por un beso desenfrenado que ha causado que la comisura de estos se tornen rosa por su pintalabios corrido.

Quiero hundir mi rostro en ella. Corro la tela de su braga, desesperado y como una bestia devoro su sexo deseando que no haga ruido.

Mírame Gray, iría preso por ti.

Sus piernas sobre mis hombros acorralan mi cabeza y sus manos piden con devoción que siga, que no pare. El dulce sabor de su sexo se vuelve adictivo. Con la punta de la lengua zigzagueo sobre aquel punto que creo que la hará estallar en mil pedazos. Le sonrío y ella me mira, con las cejas levantadas, los ojos entrecerrados y la boca abierta. Quiero follarla. Pero no aquí, ella se merece más que poseerla en el maldito baño público de una cafetería. Gruño.

Ella merece mucho más. Tendré que contenerme por más que tenga mi miembro erecto a punto de explotar. Tan solo verla me dan ganas de acabar. Ada permíteme entrar a tu vida y acompañarte en lo que tú decidas.

ADA GRAY

—No voy a hacerte acabar en un baño público—sentenció Max, dándome un casto beso en la frente—. Esta noche, a las diez, te espero en mi apartamento. Si te ausentas, quedas despedida ¿entendido?

Asentí, en silencio y mirándolo con mis ojos empañados debido a la excitación.

Entonces, Max se marchó, dejándome sin aliento, con la entrepierna empapada y con el corazón latiendo con fuerza.

No le faltaba demasiado para hacerme acabar así que completé el trabajo yo misma utilizando mis propios dedos.

Agendé el número de celular de Max en el mío, pensando si enviarle un mensaje o no luego de lo sucedido.

No podía parar de pensar en sus manos recorriendo mi cuerpo con desesperación y sus besos adictivos. Nadie me había besado de aquella forma, nadie había logrado averiguar por si solo dónde me gustaba ser tocada.

Llegué a mi apartamento y me topé con una persona instalando una nueva puerta en mi apartamento.

Pero qué demonios…

—¿Qué está haciendo? Yo no he llamado a ninguna persona para instalar una puerta—me escandalicé, consternada.

El hombre barbudo y de sonrisa risueña me miró al instante, sin perder su ánimo y levantándose del suelo. Le estaba dando unos últimos retoques a la nueva puerta que era demasiado similar a la vieja; madera oscura y con el número dorado en el centro.

—El señor Maximiliano Voelklein me ha contratado para hacerle la instalación, señorita—me informó de lo más tranquilo.

Asi que Max…m****a. Creo que ya me estaba asustando que se preocupara tanto por mí pero a la vez algo me decía que lo dejara pasar y me centrara en cosas más importantes cómo escoger una universidad.

—Lista para usar, señorita—me dijo el hombre, de uniforme de trabajo azul y en donde en su placa figuraba el nombre Jerry.

—¿Y la vieja puerta?

—La llevamos a la administración del edificio para que la arreglen.

—Muchas gracias.

—Que tenga un bonito día, señorita Gray.

Y dicho eso, tomó su caja de herramientas y se marchó.

Me detuve frente a la puerta, con el entrecejo fruncido y pasé mi mano sobre ella.

—¿Qué haría sin ti, Max?—pensé en voz alta, en un susurro.

Me duché, me preparé el almuerzo, y finalmente me senté en el horrible sofá verde vómito para buscar una universidad en la cual estudiar. La universidad privada de New York fue una de las que captó mí atención en el buscador de G****e.

Me quedé fascinada por el rústico edificio y fue allí donde algo en mí me pidió a los gritos que estudie allí, quedaba cerca de mi apartamento y solo tenía un bus de distancia.

La ansiedad me atacó y la emoción por empezar me decía que lo haga, que estudie allí y salga adelante como tanto había soñado.

Walter se podía ir al demonio, iba a mostrarle mi título universitario, sería una gran, prestigiada y envidiada ginecóloga. Con mi propio consultorio, atendería a estrellas de cine, sería fantástico. Daría entrevistas, saldría en la televisión para consultas sería…

Alguien tocó la puerta, interrumpiendo de forma brusca mis pensamientos.

Fui hacia ella y no tardé en reconocerla.

—¿Rose?¿Qué demonios haces aquí? —fue lo primero que solté, consternada.

Cabello rojo teñido recientemente y ojos azules hipnotizantes cayeron sobre mis ojos grises. Llevaba un saco color marrón claro, unos shorts azules que parecían rasgados y unas botas cortas.

—Tanto tiempo sin vernos, hermanita—soltó, con una sonrisa falta y mascado chicle ruidosamente.

Tuvo la intención de entrar, pero no sé lo permití.

—No eres mi hermana ¿Qué haces aquí?

—Mi padrastro te crío, vivimos una infancia juntas ¿no crees que tengo derecho a llamarte así?

Ahora comprendía por qué traía una m*****a maleta a su lado. Desee colgarme aquel día si sabía que ella aparecería nuevamente en mi vida.

—Rose ¿qué demonios haces aquí? —insistí, ignorando lo que acababa de decir.

—No tengo dinero, el idiota de mi padre me ha echado de mi casa. Discutimos, feo, al borde de que sus asquerosas manos me arrancaran los cabellos. Vamos, Ada, sálvame de esta.

Mirándome a los ojos, con gran desesperación y con un corazón tan horrible que me daban ganas de vomitar, así era Rose, una persona que despreciaba ver por múltiples motivos. Ella no era una buena persona.

—Dos semanas y te largas —sentencié, con muy mal humor.

Una sonrisa floreció de sus labios pintados de rojos y no tardó en darme un falso abrazo. Le permití el paso en silencio, escuchando solo las rueditas de su maleta que hacían un espantoso ruido.

—Qué asco tu apartamento, chica —soltó, con descaro y arrugando la nariz mientras sus ojos se paseaban por toda la casa.

—Cállate Rose, agradece que te estoy ofreciendo un techo.

—Soy sincera, no te lo tomes a mal —dijo, llevándose una mano al pecho mientras masticaba horriblemente su chicle.

Dos semanas con ella ¿por qué mejor un tiro en la cabeza para mí?

—Dormirás en el sofá.

Me miró como si le hubiese vomitado encima de su abrigo.

—¡No voy a dormir en ese asqueroso sofá, desde aquí veo las cucarachas!

—No tiene cucarachas —sí tenía, pero no en el sofá, cada tanto veía a alguna pasear por aquí como si nada. Abrí la puerta nuevamente —. Duerme en el sofá o lárgate, Rose.

—Siempre tan fastidiosa, te pareces a la zorra de tu madre.

Sin pensarlo demasiado le propiné una bofetada, sacando lo peor de mí. Rose cayó de espalda contra la pared más cercana, con su mano en la mejilla y con varios mechones en su cabello.

—¿Quieres empezar una pelea que no puedas terminar, pedazo de m****a?¡No me hagas echarte a la calle! —le grité, con los nervios de punta.

Rose, furiosa, tomó la manija de valija y se fue dando un portazo de muerte. Intenté normalizar mi respiración, pero me fue imposible, tenía la mirada sobre la puerta y mi corazón desembocado. No sabía qué demonios acababa de ocurrir, pero de lo que sí me había dado cuenta es que Rose era mi pesadilla.

Faltaba una hora para las diez de la noche, así que ya estaba maquillándome, con la lencería que él me había regalado unos días atrás que estaba en una bolsa que no deseaba abrir. Era color blanco, de tejidos finos y transparente, tenía unas lijas sujetando mis muslos y varios detalles de infarto que irradiaban elegancia. No podía imaginarme a Max eligiendo algo así para mí.

Repasé mi labial rojo, poniendo la boca en forma de O. Volví a pasar rímel por mis pestañas y un poco de rubor rosa sobre mis mejillas. Dejé mi cabello corto suelto y no me tomé la molestia de alisarlo, ya que tenía miedo de quemarlo al no tener un protector. Lo añadí a la lista de compras.

Me coloqué unos vaqueros azules ajustado, con la idea que marcar bien mi trasero, unas botas negras que me llegaban por debajo de mis rodillas y que tenían una plataforma bastante cómoda (gran decisión cuando las compré)

Colocándome una blusa oscura y una campera de jeans clara, tomé mi bolso, lista para salir.

A las nueve y cincuenta ya estaba cruzando la calle, e ingresando al lujoso edificio en donde Max vivía. Fui directo a recepción, donde un hombre de cabello castaño y ojos oscuros estaba detrás del mostrador, con la mirada perdida en su monitor.

—Hola, tengo una cita con el señor Maxiliano Voelklein pero no sé qué número de apartamento tiene ¿usted podría ayudarme?

El joven, que por cierto era muy apuesto, me sonrió tras levantar la mirada hacía mí.

—Su apartamento es el número siete B, se encuentra en la planta cinco ¿desea que le avise su presencia?

—No, está bien.

Con un saludo de mano, sentí como sus ojos se posaron descaradamente sobre mi cuerpo. Le enseñé el dedo del medio para que lo mirara también.

Tomé el elevador hasta el piso cinco y un enorme pasillo con luces blancas se hicieron presente ante mí. Las paredes eran de un color salmón y el techo era altísimo. Había varias mesitas con flores y obras de arte colgadas. Había varias puertas, pero la de Max estaba al final del pasillo.

Le envié un mensaje en vez de tocar: “estoy ante tu puerta ¿piensas abrirme o cambiaste de idea?”

Entonces antes de que apretara Enviar, la puerta se abrió de par en par y lo que salió del apartamento me dejó sin aliento.

—Hasta la próxima Max, eres grandioso—lo saludó Rose, dándole un descarado beso cerca de la comisura de sus labios y haciendo puntas de pie para llegar a ellos.

Max tenía su mano en la espalda de ella y la otra en la manija de la puerta. En cuanto los dos se dieron cuenta de mi presencia, quise echarme a correr, pero sin embargo me quedé helada.

Rose me ignoró completamente, pasando por mi lado tras darme un empujón de hombros y con una amplia sonrisa en la cara, mientras que Max veía como se marchaba. Tuve que obligarme a mí misma a no abrir la boca por la sorpresa que me había encontrado. Múltiples escenas sexuales sobre ellos dos se me cruzaron por la mente. Y eso, aunque quise negarlo, me dolió bastante.

¿Por qué con todas las chicas que seguro estaban en su entorno, debía chocar con Rose? ¿Cómo demonios terminaron en su apartamento?

—No te bastó con meterme los dedos a mí, sino que también lo hiciste con mi hermanastra. Grandioso Max, veo que no pierdes el tiempo —se me escapó decir, sin filtro alguno.

Abrió los ojos, sorprendido.

—¿Qué? ¿Rose es tu hermanastra? Acabo de contratarla como mi nueva secretaria.

MAX VOELKLEIN.

Horas antes...

Aquella tarde fui por un café, volví a tener un receso. Necesitaba despejar mi mente y volver a recrear en mi cabeza aquel encuentro tan intimo con Ada. Aquel instante que se había vuelto un recuerdo seguía vagando por mi cabeza, al borde de querer perderme en ello y no regresar a la estúpida realidad.

Me olvido de tantas cosas cuando estoy contigo, Ada Gray.

Pido un cortado con unos tostados rellenos y espero el pedido en la barra sentado en una butaca alta. Mirando con desinterés a los clientes, me detengo en una mujer de pelo rojo que está llorando en silencio mientras contempla los autos pasar a través de la vidriera. Está sentada junto a esta y se seca las lágrimas con un pañuelo blanco la comisura de los ojos.

Frunzo el ceño.

¿Debería acercarme? Realmente tiene mala pinta. Parece una joven de veintitantos años. Tiene la piel muy pálida y puedo ver desde aquí, desde mi insulso asiento, que ella no pertenece a este mundo.

Pero no identifico a qué padre pertenece. Una belleza como ella tiene una explicación. Me bajo de la silla de un salto y me acerco a su mesa.

La joven desvía la mirada de la ventana y me mira con el ceño fruncido hasta que finalmente pone los ojos en blanco y chista la lengua.

—Estoy harta de cruzarme con hijos de dioses —espeta con desagrado, tomando su taza de café y llevándosela a los labios. Le da un sorbo largo.

—Para ser sincero, creo que es la primera vez que me cruzo con uno —me encojo de hombros y tomo asiento.

—No deberías juntarte conmigo, lo tenemos prohibido —me advierte, echándose atrás en su silla.

—No me iré hasta que no me digas de quién eres hija —me cruzo de brazos.

Enarca una ceja y se echa a reír.

—El ultimo imbécil que intentó indagarlo terminó con una daga en el ojo.

Entonces me inclino sobre la mesa y la miro directo a los ojos.

—¿Por qué tu rostro me hace recordar al de Atenea? —le susurro para que nadie nos escuche.

Deja de pestañear por un instante. Traga con fuerza y se le inunda los ojos de lagrima. Demonios, romperá en llanto y por mi culpa.

—Si se lo dices a alguien me van a matar —me responde con los dientes apretados y su rostro tornándose rojo.

—No le contaré a nadie si me dices por qué lloras.

Levanta la barbilla con indiferencia y la veo mirar hacia la puerta, dudando si marcharse o quedarse sentada.

—Estoy cansada de buscar empleo y de vivir en la calle. Esta vida terrenal es un asco —confiesa con gran pesadez en su voz mientras juguetea con la cuchara dentro de su taza de café—. Mi padre terrenal me ha echado de la casa y vine a visitar a mi hermanastra en busca de un sitio, pero me sacó a las patadas. Ahora no tengo a dónde m****a ir.

Me chistan en la barra avisándome que mi pedido está listo y con una señal indico que me lo traigan a la mesa. Vuelvo a mirar a la diosa.

—Yo puedo darte empleo si quieres.

Ella levanta la vista de golpe con los ojos bien abiertos.

—Mi mano derecha, Dany, entrara de vacaciones la semana que viene y necesitaré una secretaria que tome mis recados. Mi familia es dueña de una gran cadena de restaurantes y yo me ocupo de conseguir gente que promocione el sitio entre varias cosas más.

—¿Me estás ofreciendo empleo? Si es una broma te echaré el café a la cara, extraño—le tiembla la voz y una sonrisa florece en sus labios pintados de rojo.

Le devuelvo la sonrisa.

—No hace falta que lo hagas. Tú necesitas trabajar, yo necesito una secretaria.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo