Fue algo cómico ver cómo ambos se acercaron a mí como si fueran amigos entre ellos de toda la vida. Max se puso a mi derecha y Adam se puso a mi izquierda. Los dos con sus copas y con un ánimo tan feliz que me resultó chistoso.
Me crucé de brazos, esperando a que alguno de los dos dijera algo. Parecían drogados contentos. Maldición. Ojalá ese té me lo hubiera bebido yo. Me llevé una mano a la boca, tratando de ocultar una sonrisa estúpida por lo tentada que estaba de risa.
El primero en hablar fue Max.
—Algún día Tom se comerá a Jerry, Silvestre a Piolín y yo a ti —me miró, guiñándome un hijo.
—Veo que la hora de los halagos ha llegado —sentencie, luego de apretar los labios y menear con la cabeza.
—¿Eso es lo mejor que tienes, anciano? —se