Capítulo 3

CAPÍTULO 3

MAX VOELKLEIN.

Soy un imbécil.

Soy un imbécil.

Soy un imbécil.

¿Ya he dicho que soy un imbécil?¿Cómo voy a arrastrarla con mi familia? Dios mío, seguro me mandara a la m****a. Me siento un desubicado. Seguro ella no aceptara. Solo deseo que no lo tome a mal.

Mis padres tienen una vida complicada y han optado por ser acompañantes de personas más jóvenes que ellos. Es algo que ha sido naturalizado en casa. Ser hijo de un matrimonio abierto es algo traumatizante, pero a la vez aliviador ya que las peleas familiares han bajado consideradamente. 

Mi madre tiene a su hombre de origen brasilero que no para de llamarla y pedirle dinero cada vez que tiene la oportunidad. Mi padre tiene en total a tres chicas de compañía. 

Y yo, yo soy un espectador de algo que estoy forzado a ver diariamente. Gracias a dios eso fue descendiendo cuando me mudé a un departamento cómodo de soltero y por el cual, gracias al panorámico ventanal, le salvé la vida a una joven de ojos preciosos pero asustados.

¿A noche intentó suicidarse y yo ahora le ofrezco que sea mi sugar baby? ¿Qué demonios ocurre conmigo? Estoy listo para ser echado por esa puerta.

Tengo intenciones de que me acompañe para callar a mis padres y para poder mantenerla a salvo. Estaré intranquilo si está aquí con sus pensamientos a flor de piel.

De pronto tengo ganas de vomitar. Estoy preparado para ser rechazado y denunciado por la policía.

ADA GRAY.

No sabía exactamente qué decir, qué responder y qué pensar sobre dicha propuesta que no sabía dónde iba. 

—¿Qué es una sugar baby? —le pregunté, algo consternada por dicho título puesto. 

El rostro se le descompuso, echándose hacia atrás inmediatamente con la propuesta. 

—Mierda, lo siento. ¿Sabes qué? Mejor olvídalo, no debí proponértelo. 

Al principio creí que fingía arrepentimiento, pero estaba siendo más sincero de lo que pensé. 

—Si hay dinero de por medio, puedo ser incluso un perro. Puedo ser lo que desees —insistí, sin ningún tipo de gracia en mi voz. 

Max me miró a los ojos, rendido. Lanzó un largo suspiro y dijo:

—Una sugar baby es una persona en una relación que recibe mentoría, apoyo monetario, así como obsequios u otros beneficios (o recursos) por participar en una relación. Puede incluirse el contacto carnal o no, eso lo lleva a cabo la pareja en ambas partes. Algunas personas incluyen en la relación follar o... 

Levanté la mano con la intención de que parara la explicación. Asentí pausadamente, mirándolo con atención. 

—¿Quieres que sea tu sugar baby, Max? 

—Sólo por esta noche. Habrá una fiesta importante organizada por mis padres, entre amigos de ellos y los míos, creo. No sé muy bien de qué se trata. 

—¿Estás seguro que quieres llevar a una chica con poca autoestima y pensamientos negativos que puede intentar suicidarse nuevamente? —le pregunté, tratando de comprender por qué me quería a mí. 

—Es por eso que pensé en ti para poder llevarte. Podré mantenerte vigilada, podrás salir a despejarte un poco, ventilar tu mente de tus problemas y recibirás dinero por este enorme favor, Ada. 

—Si te sirve para obtener la calma, utilizaré parte del dinero para ir a un psicólogo. Te haré un favor a ti y me harás un favor a mí. 

Me miró, con su rostro lleno de sorpresa y se inclinó sobre la mesa, tomando mis manos. 

—Es un gran paso lo que acabas de decir, Ada. Estoy admirado. Voy a conseguirte al mejor psicólogo de la ciudad, y yo me ocuparé de costearlo, te ayudaran los mejores profesionales. 

Su entusiasmo era contagioso. Me di cuenta tarde de que mis ojos se habían llenado de lágrimas, borroneandomé la vista. 

—Hey, no llores por favor. —me dijo él rápidamente, con la voz rota, arrastrando la silla a mi lado y con la intención de abrazarme. 

Me vi sacudida por las lágrimas y la sensación de vacío en mi pecho volvió a resurgir, aunque el alivio por paz mental estaba a la vuelta de la esquina. 

Max pasó su brazo por mi hombro, con la intención de abrazarme. Me resultó tan cálido tenerlo a mi lado, era extraño sentir el contacto de un hombre tan gentil y amigable cómo él y de cierta manera, se sentía bien. Max era reconfortante. 

—No tenía dinero para pagarme un psicólogo y buscar ayuda—confesé en un susurro, partida en dos. 

—No estás sola y no volverás a estarlo, Ada. Eres y serás mi amiga, yo estoy aquí para sacarte de la oscuridad, saldremos adelante juntos. Te lo prometo. 

Aunque sonara algo tonto o absurdo, aquella persona que tenía a mi lado era la única con la que podía contar. 

 Me encargué de lavar las cosas que él había ensuciado para cocinar, había utensilios que no eran míos y que claramente los había traído de su apartamento. Yo no podría costear nunca las ollas, los cubiertos y las copas que él había utilizado para prepararme algo de comer.  

Max realmente me había sorprendido. 

¿Qué había sido ese momento tan melancólico? Seguro lo asusté y pensaba que estaba tratando con una loca. No quería atemorizarlo con lo que me estaba sucediendo por dentro, no tenía la intención de que pensara mal de mí. 

Max había sido muy agradable conmigo, no pretendía alejarlo. 

—Haremos lo siguiente—me dijo él, posándose a mi lado mientras lavaba los platos—. Esta noche se trata de una muy especial, habrá personas muy importantes e incluso inversionistas interesados en las acciones de mis padres. Habrá comida gratis y bebidas por donde mires. Tendremos que ir de la forma más presentables posibles, pero tú debes destacar, Ada Gray. 

—Haré lo mejor posible para que te sientas orgulloso de mí. Compraré un vestido para no avergonzarte. Tengo algo de dinero de mi ex empleo, me tomé la molestia de sacarlo yo misma de la caja registradora—confesé, recordando la cara de Walter al verme agarrar los billetes que me correspondían. 

—¿Ese es el motivo por el cual querías suicidarte? —se escandalizó Max—¿Por perder tu empleo? Ada puedo conseguirte uno si quieres… 

—No, tengo problemas más profundos que ese. Renunciar a mi ex empleo fue la mejor opción que tuve. Es una casa de comidas que se encuentra a un autobús de aquí. Mi jefe tenía la costumbre de humillarte, acosarme y explotarme laboralmente. Decidí renunciar, y ahora tendré que buscar uno ya que, querer suicidarme, no ha funcionado—apreté los labios, algo enfadada con la situación de rescate. 

Percibí de reojo que él ponía mala cara cuando se lo conté, incluso percibí como sus puños se apretaban e intentaba ocultar su enojo hacía Walter. Era bonito saber que podíamos odiar a la misma persona. 

—Creo que hiciste muy bien en marcharte de un lugar donde no se te respetaba. 

—A veces hay que irse de ciertos lugares para lograr sanar—le respondí, encogiendomé de hombros. 

Enjuagué el último plato y él lo secó, guardándolo en una bolsa de papel en donde lo había traído junto las demás cosas de cocina. 

—Yo me ocuparé del vestido y te compraré unos zapatos de infierno—me dijo, entusiasmado y hasta creí que me estaba imaginando en aquella mente tan divertida. 

—¿Estás seguro que puedes comprar esas cosas? 

—Ada, el dinero para mí es lo de menos. No te preocupes. No sabes el enorme favor que me estás haciendo. 

—Me alegra saber que sirvo para algo. 

Me levantó el mentón y me obligó a mirarlo. El roce de su dedo con mi piel me hizo estremecer de cierta forma. Nuestros ojos se encontraron de una manera tan cálida. 

—Tú eres más importante de lo que crees y muy valiosa. —me dijo, con su voz tan suave y gruesa que me hacía sentir pequeña. 

Sus palabras hicieron florecer una sonrisa en mis labios.  

—Continúa diciéndome esas cosas y me las terminaré creyendo, Max—me reí, apartando mi rostro de su dedo. 

—De verdad, voy a demostrarte que eres valiosa y sensacional, Ada Gray —me aseguró con un guiño de ojo y tomando sus cosas—. Iré a trabajar, compraré ese vestido y esos zapatos que tan bien te quedarán esta noche —Sonrió, tomando lo que le pertenecía para marcharse y se paró en seco cuando llegó a la puerta, poniendo mala cara—. También me ocuparé de arreglar esta puerta—añadió. 

—¡Deja de preocuparte por mí y vete a trabajar! 

—Cómo usted ordene, señorita Gray. —

con un gesto de saludo militar donde sus dedos se posaban sobre su frente y luego los despegaba de esta, se marchó. 

Antes de que él cerrará torpemente la puerta que claramente no cerraba, le grité: 

—¡Espera! —él se detuvo, extrañado y esperando a que dijera algo—. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí. 

Él me sonrió, con gesto tierno al verme y eso me hizo ruborizar. 

—Gracias a ti por dejarme salvarte, amiga. Pasaré a las siete por ti. 

Sentí cierta satisfacción al poder lograr hacer un amigo. Era bonito tener uno.

MAX VOELKLEIN

Salgo de su apartamento y me quedo en el pasillo un instante, quieto. Aceptó. Miro nuevamente su puerta con el ceño fruncido. Ella aceptó y no me mandó a la m****a. Me llevo una mano a la mejilla pensando si me habrá pegado una bofetada por dicha propuesta.

Sonrío por dentro. Ella saldrá conmigo en plan de amigos y ya me siento emocionado. 

Bajo las escaleras del apartamento tarareando y con buena energía. 

Me duele el rostro de sonreír. 

Le ha gustado el desayuno, aún tengo en mi mente como ella lo saboreaba, cada tocino. Cerraba los ojos con cada bocado. Trago con fuerza al pensar cómo una situación tan simple podría volverse algo tan íntimo. Podría verla comer para siempre, sería un verdadero placer.

Llego finalmente a mi apartamento y me doy una larga ducha mientras mentalizó qué vestido le quedaría. Aunque incluso poniéndose un saco de patatas le quedaría fantástico. Ella simplemente es perfecta. 

Saldremos juntos. O sea, no es una cita porque si lo considero de esa forma ella podría espantarse y mi intento de ayudarla se vería confuso. 

De pronto me doy asco en cuanto mis pensamientos se tornan románticos. Mi ayuda no tiene otra intención. Solo quiero que esté bien y me da algo de temor que piense que esto lo hago para conseguir algo por ella.

Sé que si le ofrezco el dinero no lo tomara y por eso metí la estúpida excusa de que me acompañe a la absurda fiesta. Ni siquiera quiero ir.

Yo no aceptaría dinero de un extraño.

Me lavo el cabello rápidamente me paso jabón por el cuerpo y salgo disparado a secarme el cuerpo. Le sonrío a mi reflejo una vez más. Conocerla fue tan agradable que incluso una ducha no vale la pena si no puedo seguir estando con ella.

Pero poco a poco aquella sonrisa genuina que florece en mis labios se desvanece al pensar que si no hubiese llegado a tiempo...

«Si mi alma estuvo allí para socorrer a la tuya para que no se marche es porque quizás estaba destinada a conocerte primero, Ada Gray»

Aunque tengo la sensación de que ese es un pensamiento muy narcisista de mi parte y trato de evitarla. Pero no puedo. 

Con una toalla envolviendo mi cintura salgo a la sala y voy directo a la enorme ventana que da a todo el edificio de enfrente. Busco su ventana para ver si ella está bien.

Se ha sentado en el sofá y está mirando la televisión. Tiene el control en su mano y teclea un botón en un ritmo seguido. Está cambiando de canal, desinteresada. Tiene las rodillas flexionadas y desnudas encima del sofá y su mentón cae sobre la palma de su mano ya que tiene el codo en el apoyabrazos.

Deja el control en el sofá y mira por la ventana. Pero no está mirando, mejor dicho, está pensando. Sus ojos se pierden en algún punto.  

¿Cómo es que no la he visto antes desde mi apartamento? ¿Quién eres Ada Gray?

Termino en un centro comercial para ver la variedad de vestido que pueden llegar a quedarle. Tuve el descaro de ver su cuerpo incontables veces. Tiene una estatura que ronda unos 1,56 por ende los tacos le quedaran sensacional. Solo espero que sepa caminar con ellos y si no sabe también tengo pensado comprarle unos zapatos bajitos para que no se lastime.

Que pensamiento tan retrograda de mi parte pensar que las mujeres pueden andar con tacones porque ya saben hacerlo por el simple hecho de ser mujer. Me paso la mano por el rostro. Esto será más complicado de lo que pensé.

También debería cortarme el cabello, lo tengo hecho un desastre, demasiado largo que incluso cuesta controlarlo. 

ADA GRAY.

Eran las siete y punto, alguien tocó a la puerta. Tuve que retirar la silla que estaba pegada a la puerta para que esta no se abriera debido a que Max le había roto la cerradura y esta se abría sola.  

—Sorpresa. —abrió los brazos de par en par, para que pudiera contemplar su vestimenta y con un par de bolsas en sus manos. 

No lo reconocí. Max llevaba el cabello pelirrojo arreglado, con un pequeño hopo en la frente con gel y a los costados lo tenía bien corto. Se había cortado el cabello y le quedaba genial. Sus ojos caramelo irradiaban entusiasmo, tenía puesto un esmoquin oscuro ajustado al cuerpo, haciendo lucir su cuerpo atlético, alto y brazos musculosos. Era todo un muñeco mi nuevo amigo. Lo que más me fascinaba era su rostro salpicado de pecas. 

Sentí pena al instante al darme cuenta que no estaba tan arreglada como él, sino que tenía la misma ropa puesta que llevaba hoy a la mañana. 

—Tú tan perfecto y yo sin arreglarme. Siento mucho que me encuentres así. —admití, apenada. 

—Eres belleza por naturaleza, Ada. Si eres fascinante sin maquillaje o ropa elegante, puedo asegurar que verte con la ropa que te he traído será una experiencia única, amiga mía. 

—Hablas de una manera tan hermosa y extraña. Creo que empiezo a sospechar que no naciste aquí, Max. —le dije, permitiéndole el paso a mi horrible hogar. 

Claramente él no encajaba en el mismo mundo que yo.  

—Nací en Argentina y me mudé a New York junto con mi familia a los trece años. Así que aprendí hablar de manera no tan fluida aquí. Me queda mucho, mucho por aprender. 

—¡Wow, Argentina! Que hermoso lo que me cuentas. 

—Más hermoso es lo que te traje para esta noche, bella Ada —dejó las bolsas con diferentes logotipos encima de la mesa pequeña de la cocina y me miró, con una enorme sonrisa. 

—¿Cuánto dinero gastaste, Max? —le pregunté, hundiendo mi rostro en mis manos ya que reconocía las marcas de las bolsas y sabía que cada cosa podría costar una fortuna. 

—¿Puedes dejar de pensar en el monto de cada cosa que consigo para ti? Relájate, amiga. 

Me reí al escuchar otra vez la palabra “amiga” de su boca. Quizás lo hacía para no hacerme sentir sola, para hacerme sentir acompañada. 

—Te daré privacidad para que puedas cambiarte, maquillarte y hacer de ti una diosa—me dio las bolsas que torpemente tomé y las pegué contra mi pecho, con los ojos bien abiertos—, muero por verte con eso puesto. 

Había intensidad en sus ojos, cierta curiosidad que me hacía sentir extraña. Max era muy apuesto e intrigante. 

—Haré lo posible para no decepcionarte. —susurré, y me marché a mi habitación con tanta curiosidad por saber qué había elegido para mí. 

Cerré la puerta y dejé las bolsas sobre el colchón. Apreté los labios, preguntandomé cuál abriría primero. Opté por la bolsa de Victoria’s Secret y me ruboricé, al borde de dejarla para otra ocasión.  

—¡¿Por qué me compraste ropa interior?! —le grité desde la habitación. 

Tardó en responder, y eso me intrigó. 

—¡Por que daba la casualidad que justo pasaba por la tienda! No te asustes, no tengo intenciones de llevar a la cama a mis amigas, tómalo como un pequeño obsequio —respondió desde la sala. 

—¡No quiero este tipo de regalos, Max! Es algo demasiado íntimo. 

—¡Anotado, lo siento! 

No me permití abrirla, así que opté por otra bolsa, en la cual encontré un precioso vestido que me dejó anonadada. Dios, aquello era demasiado. 

Se trataba de un vestido rojo, con un estilo corazón que sostenían los pechos y de tiras muy finas del mismo color que se lucían en los hombros. El vestido era tan largo que seguro me llegaban a los pies, quizás con la intención de cubrir los zapatos. Era tan hermoso y tan sencillo que era una mezcla perfecta de elegancia. 

Dejé cuidadosamente el vestido sobre la cama y me dediqué a abrir la bolsa que contenía la caja de zapatos más hermosa del mundo. Incluso la caja era hermosa, no podía imaginarme el contenido. 

Lo que imaginaba, zapatos rojos fuego con una tira que podría ayudar a mantenerlos en mis pies y no caer. Agradecí con todo mi corazón que no se tratara de unos zapatos de taco aguja, ya que no sabía caminar con ellos. 

Las otras bolsas contenían aretes colgantes color plata, collares para elegir y puro maquillaje, como sombras de ojos, mascarillas para las pestañas, labiales, delineadores...tantas cosas que me sobrepasaron. 

Max tocó la puerta, haciendo que me sobresaltara porque estaba demasiado cautivada con todo lo que me había obsequiado. 

—Me preocupa que estés demasiado callada, da señales de vida por favor —mierda, sonaba preocupado. 

—No me he suicidado, Max. 

—¿Me dejas pasar? 

—Sí. 

Abrió la puerta despacio e ingresó, con una sonrisa y con sus manos metidas en sus pantalones carísimos. 

—¿Y? ¿Qué te ha parecido todo? —me preguntó—. Espero que te haya gustado. 

—Te pasaste, todo esto es...mucho para mí —confesé, haciendo un gesto con la mano apuntando hacia las bolsas y la magnitud que tenía todo aquello para mí. 

—Bueno, hoy serás una sugar baby para mí. De eso se trata este “trabajo”, obtener obsequios por compañía —dijo, inquiriendo esa palabra con comillas imaginarias realizadas con sus dedos —. He llamado a uno de los mejores psicólogos de la ciudad, el señor Fausto. Tienes cita el viernes, estamos a miércoles. La idea es que el jueves descanses, esta noche puede ser que llegue a su fin muy tarde. Yo pasaré a recogerte con mi chofer para llevarte. 

—Espera ¿tienes chofer? Dios mío—me escandalicé—. Gracias por localizar a un psicólogo, Max y pagarlo. Jamás me cansaré de agradecértelo. 

 Y sin que él lo esperara, solté algunos maquillajes que tenía en mis manos sobre el colchón y lo abracé, rodeándolo con mis brazos alrededor de su cuello, haciendo puntas de pie y hundiendo mi rostro en su pecho. 

Eso lo tomó por sorpresa, lo supe porque su cuerpo se había vuelto tenso, pero no tardó en corresponderme el abrazo. Haciendomé sentir sus enormes manos sobre mi pequeña espalda y apoyó íntimamente su mentón sobre mi hombro, quedándonos así un instante. 

Un abrazo podía ser tan reconfortante en los momentos difíciles. Es como si el mismísimo Olimpo me hubiese enviado un hombro en el cual llorar. 

—Cámbiate, y sorpréndeme con tu belleza, Ada.—me soltó como si fuese frágil y con una última sonrisa se marchó de la habitación. 

Listo, había terminado de prepararme y sólo había tardado una hora y media. Me había dejado el cabello suelto, ya que lo tenía liso, lamentablemente sin movimiento como tanto me gustaba pero que nunca tuve.  

Mirándome al espejo todo que tenía colgado en la pared de mi habitación y que había encontrado en la calle, me observé a mí misma, intentando reconocerme. Mi rostro, maquillado, destacando con simpleza y el vestido que dejaba al descubierto el escote de mis senos. No me reconocí, buscaba a Ada y no la hallaba. 

La noche quería asomarse en la ciudad y me hacía verla desde mi ventana. Seguro a mi cuerpo le estarían haciendo pericias y toqueteándolo, muerto, si me hubiese suicidado. 

Tomé mi bolso de mano, que contenía mi celular y las llaves del apartamento, y algunos maquillajes por si necesitaba retocar mi rostro. 

MAX VOELKLEIN.

Verla salir de su habitación fue un proceso en los cuales mis ojos lo captaron en camara lenta. Su cabello estaba suelto pegado a sus mejillas sonrojadas. El largo de sus pentañas aleteaban con cada pestañeo y cuando sus ojos finalmente se conectan con los míos...descubro que estoy jodidamente perdido por ella.

Solo me centro en su delicado y bello rostro porque si bajara un poco más, podría encontrar al pecado en persona. El vestido que escogí solo ella puede lucirlo así. Dios mío. Trago con fuerza y me limito a sonreírle para que no se sienta acechada por mí.

¿De dónde saliste Ada Gray y por qué tengo la desgracia de no haberte conocido antes?

 ADA GRAY. 

—Madre mía. 

Fueron las palabras provenientes de los labios de Max. Me miró de arriba abajo, haciéndome sentir que toda ternura proveniente de su rostro había desaparecido, suplantándolo lo que parecía el deseo de un hombre. No debía olvidarme que Max tenía treinta y cinco años, era demasiado mayor para una chica de diecinueve. 

Aunque, a decir verdad, parecía más joven de lo que gritaba su edad. 

—Estás bellísima, Ada Gray —soltó, con aire admirado. 

—No, lo que me has regalado me ha vuelto guapa, Max. 

Tomó mi mano y me hizo dar una vuelta, dicho acto me hizo ruborizar. 

—Trataré de sacar a flote tu belleza lo que más pueda. Me declaro un gran admirador tuyo, amiga mía—me dijo, cuando nuestros rostros quedaron finalmente frente a frente. 

—¿Realmente crees que soy bonita? 

Como respuesta, me dio un casto beso en la frente. Dicho gesto me tomó por sorpresa. 

—Que se congele el infierno si miento—me susurró al oído, provocándome un fuerte escalofrío que recorría inmediatamente mi cuerpo. Le sonreí como respuesta—. Estamos listos ¿no? 

—Más que listos, amigo mío. 

Cuando llegamos a la entrada de mi edificio, me paré en seco y él me miró, con el entrecejo fruncido. 

—Sabes que estoy depositando toda mi confianza en ti ¿no es verdad?—le pregunté, algo temerosa—. Literalmente me estoy marchando con un desconocido, a una fiesta rodeada de gente que no conozco. Tampoco sé si realmente vamos a una fiesta y no a un callejón. 

Siempre llevaba una navaja conmigo a todos lados, en caso de que necesitará defenderme de algún imbécil que decidiera acosarme. Sociedad patriarcal que no hace nada por defender a una mujer. 

—Te juro que no pretendo ponerte en una situación arriesgada, Ada. Puedes confiar en mí, prometo no defraudarte. Aunque suene extraño, te estoy llevando a conocer a mi familia. Nunca les he presentado a nadie. 

Una confesión inesperada. Arqueé una ceja. 

—¿En serio crees que voy a tragarme eso, Max? 

Se llevó una mano al pecho y levantó el mentón, con una agradable sonrisa. 

—Trágatelo porque es verdad. No suelo llevar a mujeres a la casa de mis padres. 

Posó una mano en mí espalda y ambos salimos del edificio. Una camioneta negra nos estaba esperando fuera, con la luz de la luna ya iluminándonos. El clima era agradablemente cálido. 

—¿Y por qué llevas a una sugar baby a la casa de tus padres? 

Max abrió la puerta trasera del coche, ayudándome a subir. Por lo que pude ver, alguien se encargaba de manejarlo y no él. 

—Ahora te lo explico. 

En cuanto me metí, cerró la puerta. Unos minutos a solas dentro del auto me hicieron pensar que aquella oferta de ser una sugar baby era muy tentadora. Quizás así podría saldar mi universidad y tener una profesión a la cual dedicarme. El oscuro coche me hizo sentir algo incómoda, y no paraba de respirar aquel olor a cuero. 

Max rodeó el coche y subió, ya que primero le dijo algo al chófer que no pude oír. Cerró la puerta y me miró, volviendo a poner su atención en mí. 

—Aunque te suene loco, tanto mi padre como mi madre tienen a su sugar. Ambos manifestaron que se aman, pero a veces necesitan salir con otras personas, conocer gente nueva. Los dos me han dicho que tener un sugar cada uno los ha ayudado como pareja. Asi que, esta noche se hará una reunión especial para conocerlos. 

No sabía si tomar eso como una relación sana o algo más terrorífico. 

—¿Y tus padres te obligan a llevar a una sugar baby?  

Se le endureció el gesto y apartó la mirada. El coche arrancó y se puso en marcha. 

—Mi padre insistió tanto en este tema que me ha vuelto loco. Es horrible recibir llamadas telefónicas de tus padres a las tres de la mañana y que te comenten todo el tiempo lo fantástico que es tener una relación así—soltó, en seco—. Me faltan cinco años para ser un verdadero sugar daddy, es por eso que insisten a qué pruebe este tipo de relaciones. 

—¿No puedes simplemente ignorarlos y ya? 

—No, es por eso que esta noche te haré pasar por una sugar baby para que crean que realmente tengo este tipo de relación. 

—Me resulta extraño que recurras a mí y no a tus conocidas. 

Me miró de hito en hito, cómo si hubiera dicho algo fuera de lugar. 

—¿Y que se peguen a mi cómo chicle? Si yo les digo que es sólo por una noche, continuarán insistiendo en querer ser una por el resto de sus vidas. Son capaz de arruinarme monetariamente, cuando te metes en un círculo así, debes saber en quién confiar. Cualquiera puede decirte que es un sugar daddy y quizás su intención es explotarte sexualmente.  

Entonces era más arriesgado de lo que pensaba. 

—Pero eso no explica por qué a mí. 

—Favor por favor. 

—Eso ya me ha quedado en claro —rodé los ojos —. Pero eso no te asegura nada. Quizás puedo ser el peor chicle que se te puede pegar por el resto de tu vida. 

Me fulminó con la mirada. 

—Espero que estés bromeando. 

Me eché a reír, pero me di cuenta que aquel comentario no le había hecho gracia. Público difícil el de aquella noche, señores.  

—No quiero tu dinero, Max ¡No soy esa clase de persona, lo acepto sólo porque lo tomo como un trabajo! Favor por favor—exclamé al instante, cruzándome de brazos. 

—Ya, lo sé, lo pillo. Pero no puedes negarme que ser una sugar baby no es algo tentador. 

—Sí, lo es —admití, sacando una pelusa imaginaria en el vestido con mis torpes dedos. 

Me miró fijamente a los ojos, llenos de frialdad y tomó mi mano que había posado recientemente encima del asiento del auto. 

—Ada, si esta noche uno de los señores o señoras te ofrecen este tipo de relación. No aceptes, tú no sabes quiénes son y qué quieren de ti. Prefiero ser yo el que te escoja un buen candidato que cumpla tus términos y no el de ellos. Esto no es una broma. 

Su voz distante y seca me había hecho entender que hablaba muy en serio, me hizo estremecer.  

—No haré nada que te haga enfadar —le susurré. 

Asintió y volvió la vista hacia la ventana. Yo lo imité. Era gracioso pensar que, aunque ambos estuviéramos merodeando en nuestros pensamientos, nuestras manos continuaban uno encima de la otra. 

Decidí mandarle un mensaje de texto a Hardi, mi vecino, para ver si todo marchaba bien en mi apartamento. Debido a la fuerte patada que Max lanzó contra ella para ingresar, la puerta parecía giratoria así que no tuve más remedio a qué alguien vigilara el apartamento hasta que yo regresará y así, podría contratar a alguien que arreglará la cerradura. 

Cuando me di cuenta, el coche aparcó frente un portón alto y oscuro, que hacía la unión entre dos muros de ligustrina. Las luces de la calle iluminaban su camino, haciéndome comprender que el terreno era inmenso y se perdía en algún punto de la calle. 

Luego de un momento, el portón se abrió de par en par y el auto accedió con lentitud. No pude ver demasiado detalles sobre el gigantesco jardín delantero ya que, el vidrio del coche estaba polarizo. 

Me sentía algo nerviosa, tímida y no sabía exactamente dónde me estaba metiendo. El auto aparcó junto a otros que ya se encontraban estacionados. 

—Permíteme, te ayudaré a bajar—me dijo Max, tan atento como siempre. 

Abrió la puerta, rodeó el coche y abrió la mía, mientras yo tomaba mi bolso, en silencio. 

—Demasiado callada. Seguro sigues sin confiar en mi, ciervito. 

—El termino ciervito comienza a irritarme. 

—Me alegra saber que te afecto en algo y que aún no saliste corriendo. —se río, ofreciéndome su brazo para sujetarme de él. 

Le sonreí y ambos comenzamos a caminar en dirección a la enorme e inmaculada mansión que tenía frente a mis ojos. Tuve que impedir que mi boca se abriera para disimular lo impresionante que era. Las luces ahora iluminaban el jardín, el camino de piedras blancas que llegaban hasta las escaleras de la entrada de incontables escalones blancos (toda la casa era de ese tono) y había tantas ventanas que perdí la cuenta al instante. 

Vi cómo Max desbloqueaba su celular y le mandaba un mensaje a alguien. Aparté la mirada al instante, no quería que pensara que me gustaba meter la nariz dónde no correspondía.  

—Les estoy avisando a mis padres que abran la puerta antes de llegar a ella, ya que son algo mayores y podrían tardar en abrirnos. —me explicó sin que le preguntara. 

—De acuerdo. 

Cuando llegamos a la puerta, me miró de arriba abajo y me sonrió, con los ojos chispeantes. 

—Estás tan hermosa—me dijo y yo sentí cosquillas en el estómago. 

—Todo por ti, amigo. 

Sus ojos viajaron a mis labios y luego subieron a los míos nuevamente. Mis mejillas se ruborizaron y aparté la mirada de la intensidad de la suya. Parecía que estaba por decir algo, pero la puerta se abrió. 

Una mujer de cabello canoso y largo, con un precioso collar que destacaba más que ella, se hizo presenten.  Una sonrisa se expandió en su rostro apenas vio al hombre que tenía en frente. 

—¡Hola Maximiliano! —lo saludó ella, abrazándolo y él permanecía tenso en su lugar, con sus labios apretados y mirándome mientras se encoge de hombros—. Me alegra verte, hijo. 

La mujer puso su atención en mí y su rostro pasó de ser alegría a extrañeza. 

—Ella es Ada Gray, amiga mía, madre. 

La mujer me saludó con dos escasos besos en cada mejilla, sin decir una palabra. 

—Ella es…—le dijo en voz baja a él, como si yo no la escuchará. 

—Ella es lo que querían que trajera esta noche. Veo que tu rostro no demuestra entusiasmo, mamá. 

—Un gusto conocerla. —le dije a la madre de Max, tratando de salvar aquella situación tan incómoda y confusa que se había instalado entre los tres. 

La mujer me miró de arriba abajo, como si fuera basura pura. M****a. Quería darle una bofetada por ser tan arrogante. Mi ánimo y mis expectativas empezaron a bajar.

—La idea de esta noche era conocer el futuro gasto monetario de nuestro hijo. Por lo menos conseguiste a una joven con rostro de muñeca y cuerpo de universitaria—espetó ella, con cierto recelo. 

Max se puso a la defensiva al instante. 

—¡Mamá, por todos los cielos! —exclamó, consternado—. Tú y papá querían conocerla. Te la presento y la mira de una forma tan asquerosa que me ofende. 

Quería que me tragara la tierra. Sino me pagarán por ello, ya me hubiera marchado con la dignidad entre mis brazos. 

—Qué más da. Pasen—carraspeó ella, permitiéndonos el paso. 

—Por favor, no huyas. Es sólo por esta noche—me susurró Max tan bajito que apenas logré oírlo. 

—Deberás aumentarme el sueldo—bromeé. 

Tomó mi mano y evadió una sonrisa, ocultándolo detrás de su otro puño. 

Aquella sería la noche más larga de mi vida. 

La casa de los padres de Max era tan elegante que me recordé a mi misma que estaba presentable para la ocasión y no con la ropa de telas desgastadas que tenía hace pocas horas en el apartamento. Candelabros hermosos, pisos inmaculados y encerados, personas vestidas con tanta elegancia que brillaban por si solas, con copas en sus manos y risas seguramente falsas, invadían el lugar.  

Max saludaba a su paso a cada una, con un gesto de cabeza y levantando su mano, manteniendo la distancia. 

—Ejecutivos, jueces y juezas, dueños de algunas empresas importante. Cualquiera de aquí tiene dinero suficiente como para ofrecerte ser su sugar baby. Algunas de estas personas me dan asco—me comentó Max, mientras íbamos a algún sitio. 

—¿Tanto miedo tienes de perderme? —le dije, con gracia en mi voz. 

—Mi miedo es que recibas una oferta tan tentadora que te ponga en peligro—soltó, en seco. 

—No soy estúpida, Max—le respondí con el mismo tono de voz—. De todas las personas que están aquí, te obedezco a ti. 

—Ven, te presentaré a mi padre. 

Nos acercamos a un señor de traje oscuro, algo regordete y de baja estatura, que estaba de espalda a nosotros, hablaba animadamente con otras personas. 

—¿Papá? 

El hombre se dio vuelta y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Las piernas comenzaron a temblarme, sintiendo como estas se volvían gelatina, la respiración se volvió una gran dificultar y el mundo se había caído sobre mis pies. 

El padre de Max era Walter, mi ex jefe.

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