Capítulo 4

CAPÍTULO 4.

—¡Tú! ¡¿Cómo te atreves a presentarte con esos harapos y junto a mi hijo?! 

Sus ojos color m****a me desvistieron con la mirada y la sorpresa de su rostro fue grato de grabarla y pasarla en una pantalla grande. La furia lo dominó y su asqueroso rostro que tanto recordaba y me daba pesadillas por la noche, me hicieron sentir pequeña. Lo miré a Max y luego a él, levanté mi vestido rojo y salí de allí, con el corazón congelado, aterrado.

—¡Ada! —escuché gritar a Max, detrás de mí. 

Tomé a las voladas de una bandeja una copa de algo que rogaba que tuviera alcohol y comencé a ingerirla descaradamente, mientras me abría paso entre la gente ricachona.

MAX VOELKLEIN.

Fue horrible ver cómo el rostro de Ada se descomponía lentamente al ver la presencia de su padre. Pero peor aún fue verla correr desesperada, lejos, escapando de una especie de monstruo que Max conocía a la perfección. 

La ve perderse entre los invitados que quedaron boquiabiertos por una situación así, tan dolorosa. Resulta que ella fue la chica que había iniciado un reclamo salarial y para tener un trabajo digno en uno de los restaurantes Voelklein. 

Cabreado, Max se acerca a su padre y sus colegas, los cuales lo acompañaban con una charla hipócrita hasta que el dueño de una cadena de restaurantes vio a Ada, se esfuman para evitar pasar un momento incomodo.

—¡¿Qué te pasa?! —le gruñe Max, a escasos centímetros de su rostro.

Walter Voelklein jamás contó que su hijo crecería y lo pasaría de altura dramáticamente.

—Dime que esa mocosa de porquería no está contigo —los ojos de Walter se oscurecen por lo cabreado que se encuentra con su hijo.

—¿Y qué si ella es mi amiga? ¿Me vas a quitar el derecho de hablarle? Me has limitado muchas amistades papá, pero ella será la excepción.

Walter lo rebaja con la mirada y se echa a reír sonoramente, desviando su vista hacia los invitados que tratan de disimular que no están escuchando la pelea de padre e hijo.

—Perder la cabeza por unas bragas. Si me ha pasado —piensa en voz alta, irónico —. Esa chica te quitara todo tu dinero. Es una muerta de hambre. No quiero que vengas llorando a mí cuando te chupe cada centavo, porque seguro hijo, no vas a recibir solo una chupada de polla.

Max se echa hacia atrás, asqueado. Vuelve a no reconocer al hombre que le dio la vida.

—Tú y toda esta p**a fiestas de m****a se pueden ir al carajo —sentencia él, con un dolor en el alma que aún no ha sanado —

ADA GRAY.

ubí las escaleras que se abrían en dos pasillos, tomando el pasillo número uno, en busca de un baño en el cual refugiarme. Encontré lo que parecía uno y abrí la puerta de madera oscura, encontrándome una escena tan intensa que me dejó los pelos de punta. 

La madre de Max estaba con las manos sobre el lava manos, separadas mientras su frente estaba pegada contra el espejo, ahogando gemidos mientras un joven de unos veinticinco años, moreno y de gran contextura física, le levantaba el vestido plateado para penetrarla salvajemente mientras los pechos descubiertos de ella rebotaban con gran intensidad. 

Ambos levantaron la mirada hacía mí, con los ojos bien abiertos. 

—Oh mi Dios ¡cómo lo siento! —exclamé, con las mejillas ardiéndome y cerrando rápidamente la puerta. 

—¡Maldi...!—fue lo único que le escuché decir a la madre de Max antes de cerrar la puerta. 

M****a, m****a, m****a. Desesperada, busqué otra habitación en la cual refugiarme y así poder calmarme. Piensa en mariposas y no en la vieja en la que están follando, piensa en mariposas y no en la vieja a la que están follando.

Fui hacia la última puerta del pasillo y gracias a Dios, toqué la puerta antes de entrar, segura de que no había nadie. Me topé con el cuarto de limpieza que era mucho más grande que mi cocina. Prendí la luz y cerré la puerta, apoyando mi espalda contra la puerta. Situación que no merecía apreciar, m****a.

—Dios, preferiría estar muerta —sentencié en voz alta, cerrando los ojos y sintiendo como mi cabello se pegaba a mi frente por el sudor de la adrenalina y los nervios. 

—¿Ada? ¿Estás ahí? 

La voz de Max detrás de la puerta retumbó en mis oídos. 

—¡No! 

Escuché un suspiro, supuse que estaba aliviado por encontrarme. 

—Vamos, abre la puerta. 

—Necesito estar a solas un momento, Max —inquirí, llevandomé las manos a la cara, superada por la situación. 

No le importaron mis palabras, ya que volteó la manija de la puerta y la abrió, haciendo que me apartara bruscamente de ella. 

—¿Qué demonios ha sido lo de allí abajo? ¿Por qué saliste corriendo como si hubieras visto un fantasma? 

Parecía sacado de quicio, incluso su pajarita estaba chueca. 

—Tu padre era mi jefe en el sitio de comida rápida ubicado en una de las calles más prestigiadas de New York, del cual renuncié. Es el que me maltrataba psicológicamente y gracias a dios no llegó a ser algo físico. 

El rostro se le desfiguró, apoyando su cuerpo en el estante más cercano y mirándome, perplejo. 

—¿Tú eras la chica que salió en el periódico por humillarlo y que casi recibe una demanda? —la voz fría y distante fue lo que me partió el corazón. 

—¿Humillarlo?¡Él fue el maldito que desbordó el vaso para que yo tomara la decisión de suicidarme, Max! —grité, con la voz temblorosa y al borde de las lágrimas— Se te mete en la cabeza con sus crueles palabras, ¡tanto que llegas a creértelas y te desgarra!¡Él es un hijo de la m****a que destruye hasta lo más hermoso! —confesé, sintiendo la colera superarme.

Se quedó en silencio, con la boca algo entreabierta y sin saber qué decir. Me temblaba el cuerpo como si hiciera frio, el sudor en mí había bajado la temperatura. 

Lo miré, destrozada. 

—Entenderé si ya no quieres hablar conmigo o verme. Siempre los hijos se ponen del lado de su padre por más situación horrible que ellos hicieran —dije, sin ánimos de nada. 

Felicitaciones Ada, tu única oportunidad de tener una vida mejor había sido eliminada por tu cobardía y la desconfianza que te tienes ti misma. 

—Mi padre solía golpearme con su puño cerrado en el rostro — comenzó a decir, con un gran rencor saboreando su boca y desviando la mirada hacia algún punto del cuarto—, y una vez fue tan fuerte el golpe que caí por las escaleras que acabas de subir. Mi madre no estaba, cuando regresó le pidió una explicación y este culpó a la niñera, a quien despidieron de inmediato. Yo tenía trece años. Los traumas me los ha generado. 

Me quedé sin algo que decir. Había soltado eso con tanto pesar y como si le hubiese costado hacerlo. No podía imaginarme cómo Walter podía herir a alguien como Max, quien me había demostrado que no tenía maldad pura hacía mí persona. 

Volví abrazarlo, en silencio. Era extraño estar allí, en esa habitación que apenas era iluminada y que olía a diversos aromatizantes para suelo. 

—Ahora entiendo por qué reaccionó así cuando te vio, Ada. Creo que no te enteraste, pero quiero avisarte que cerraron su local en esa calle, ya que todos los empleados renunciaron y ahora él está mal visto. Tiene en su totalidad cinco comercios de comida rápido, luego tiene otras empresas a su nombre con el cual factura buen dinero. Yo soy jefe de una de ellas. 

Imaginándome a Walter siendo un fracaso, era la mejor sensación de satisfacción que alguien me hubiese dado. Sonreí y reí a carcajadas por dentro. Era fantástico. 

—¿A qué te dedicas exactamente, Max? —le pregunté, apartándome y cambiando de tema. 

No quería que supiera que era tan cariñosa y apegada cuando solía tener amigos. 

—¿Y si mejor no hablamos de trabajo y nos concentramos en emborracharnos? —propuso. 

—Ahora sí nos vamos entendiendo, Max. 

Me dio un beso en la mejilla y su barba muy poco rasurada me pinchó, provocándome una leve cosquilla en la piel. Me tomó de la mano y salimos del cuarto. Al mismo tiempo, la madre de Max salía del baño, pero sin el joven que cochinamente la acompañaba. Fue de lo más incómodo cruzar mirada con ella. Me miró mal y luego dirigió su atención a su hijo. 

—Follar en el cuarto de limpieza es de lo más antiguo que se ha visto. La próxima busquen un lugar mejor—le espetó ella. 

Max soltó el aliento, claramente fastidiado por su comentario tan fuera de lugar que incluso a mí me sorprendió.  

—¿Qué?¡Nosotros…! 

—Créame que follar allí nunca pasa de moda, señora—lo interrumpí, entrelazando mi mano con la de él, con la intención de seguir caminando. 

Ella se nos puso en frente, atrasándonos el paso, molesta. 

—No la quiero a ella como tu sugar baby, Maximiliano—le dijo a su hijo, en modo de protesta—. No luego de lo que me ha contado tu padre. Por culpa de esta mosca muerta, perdimos una de las sucursales más transitada de New York. 

M****a, no sabía que fuera tan sincera frente a mis narices. Esas cosas se hablaban a puertas cerradas, sin embargo, había logrado que todo mi enojo floreciera y me dieran ganas de escupirle en la cara.

—¡Ella tuvo sus motivos para hacer semejante escándalo, mamá!  

—¡No la quiero aquí! —le gritó la vieja, hecha una furia. 

—Me iré y no volverá a verme la cara. Tampoco tengo ganas de estar aquí. —escupí, soltando la mano de Max para aferrar las manos a mi vestido y así irme más rápido. 

M*****a casa de locos.

—¡Siempre arruinas todo, madura!—escuché que le dijo Max, furioso—Querían que traiga a una sugar baby, insistieron como bestias ¿Y ahora te rehúsas a aceptarla? Eres exasperante, mamá.  

Bajé las escaleras, tomando otra copa con champagne de un mesero que pasaba ofreciéndolas y así humedecer mi boca. Las personas continuaban ajenas al asunto, disfrutando de la música clásica que sonaba, charlas falsas y sonrisas modestias. Llegué al final de la escalera y dejé la copa vacía en una de las bandejas de plata a mi alcance. 

Me fui a la mesa de comida porque ya estaba hambrienta, importándome un bledo que la gente se me quedara mirando, ya que se daban cuenta que yo no era parte de su estúpida comunidad. 

—Tienes incluso el descaro de presentarte aquí y comer de mi comida. 

Me di la vuelta, encontrándome con mí peor pesadilla. 

—Nos volvemos a ver, querido Walter —musité, tomando otra copa para bajar el bocadillo atorado en mi garganta. 

Se acercó a mí y acercó sus asquerosos labios a mi oído, haciéndome sentir su perfume agrio, asqueroso. Quise retroceder, pero la mesa que tenía detrás me detenía. 

—Pedazo de p**a, eso es lo que eres. Nunca llegarás a nada, arrastrada y caza fortunas, te voy a hacer chuparme la polla…

Sin pensarlo dos veces le lancé el champagne en el pecho, empapando con el contenido el estúpido esmoquin. 

—¡Ojalá te mueras, hijo de la m****a! —lloré, con la boca temblorosa.

La música se detuvo y exclamaciones y ahogos de asombro predominaron el lugar. Walter se quedó helado, mirando su pecho empapando y el enfado lo invadió de tal manera que cuando vi que estuvo por levantar la mano para abofetearme, Max se interpuso al instante, atajando su brazo con su enorme mano. 

Max era el triple de grande que él. 

—Ni se te ocurra, papá —masculló Max, con los dientes apretados y con las venas marcándole el cuello. 

Walter zafó del agarre de su hijo y lo miró, enfurecido, sin decir nada. 

—Vámonos, Ada—sentenció Max, tomando una bandeja de bocadillos al paso y una botella cerrada de vino blanco que había sobre la mesa. 

¿Llevarse la comida era necesario, Max? Ay Dios mío.

Miré a Walter por última vez, con la barbilla levantada y con una ceja enarcada, disfrutando de aquel momento que, para mí, era triunfo puro.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo