El punto de vista de Gabriela
El comedor tenía el mismo aspecto de siempre: una larga mesa de roble pulida hasta brillar, copas de cristal relucientes bajo la lámpara de araña. Sin embargo, sentarme allí hoy era diferente, casi sofocante.
Me senté frente a Alejandro, con mi madre a la cabecera de la mesa, alegre como siempre. Me obligué a respirar con calma, a sonreír, a fingir. Fingir que no lo había visto desnudo bajo las tenues luces del hotel, que no había memorizado el sonido de su voz cuando me susurraba al oído.
Clavé el tenedor en la ensalada y me esforcé por mantener la voz firme. —Bueno, Alejandro —dije con naturalidad, sin apartar la mirada de él, aunque intentaba mantenerla neutra—. ¿Cómo se conocieron mamá y tú?
Él carraspeó y se ajustó los gemelos antes de responder. «En una gala benéfica, hace aproximadamente un año. Tu madre se encargaba de las donaciones para el ala del hospital y yo era uno de los contribuyentes. Nosotros... entablamos una conversación».
Los ojos de m