La recepcionista me vuelve a preguntar que si hace pasar a la mujer que afirma ser mi madre.
Le digo que sí, que puede pasar a mi oficina. En este momento no sé ni cómo me siento, si emocionada o furiosa.
Tocan la puerta.
Vaya que ella ya aprendió de modales.
—Adelante.
Digo, sabiendo que se trata de la señora que dice ser mi madre.
La veo entrar, está igual que cuando me echó de su casa, o mejor dicho de mi casa porque la compró mi papá, por lo cual me pertenece a mí también.
La sangre me hierve, no pensé que volver a verla me afectaría tanto, me siento mal, me siento mareada con ganas de vomitar pero no le voy a demostrar que aún soy débil ante su presencia.
—¡Vaya, vaya, mi querida hija mediocre! Veo que alcanzaste tu sueño de convertirte en lo que querías, una profesional del derecho— se burla con desprecio.
¿Sabes? pensé que nunca lo lograrías y por lo que mis ojos ven, también estás embarazada y no me cabe la menor duda de que ese hijo que esperas es un bastardo sin padre.
Mi