28

Una señora muy bonita y elegante apareció frente a nosotros.

En ese momento mi mente se nubló. Estaba tan nerviosa que me aferré con fuerza al brazo de Cárlenton.

—¡Qué! ¿Cómo? ¡Esto no puede ser cierto!

Exclamé en mi mente.

La señora con la que me choqué el día que me di cuenta que estaba embarazada, está parada frente a mí y con una gran sonrisa en su rostro, seguro que me ha reconocido.

—¡Ay no, qué vergüenza!

¿O sea que, a la abuela de mis hijos, sin saber que lo era, le confesé que el padre no se daría cuenta nunca de que tendría un hijo?

Bien dicen que el mundo es demasiado pequeño cuando de maldad se trata.

Cárlenton me toma de la cintura y creo que se me nota que estoy nerviosa porque él me pide en un susurro que me tranquilice, que todo está bien.

—Pero mira nada más, con quién me vuelvo a encontrar. Ven, acércate hija, quiero darte un abrazo.

Me dice la señora, sonriendo a lo grande mientras yo me muero de la pena.

—¿Y como vas con el embarazo?

Me pregunta.

—Muy bien, señora
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