Narrado por Luke Brown
Desde antes de nacer, he estado conectado a mi hermano Levi. Si digo todo esto en voz alta sé que sonaré como un maldito cursi o creyente de fuerzas místicas, pero es la verdad. Nunca han existido secretos entre los dos, ni emociones fuertes que no hayamos compartido al mismo tiempo. De pequeños nos cubríamos las espaldas al hacer travesuras, estábamos tan comprometidos con nunca delatar al otro, que en la casa nuestros padres llegaron al consenso de castigarnos a ambos o no hacerlo de no descubrir al culpable.
¿Eso hizo a alguno de los dos desistir? No, nunca lo hizo. Este pacto continuó al ir creciendo, al convertirnos en hombres e ir asumiendo las responsabilidades de la vida adulta. Nuestra conexión no sólo era voluntaria, sino involuntaria.
Al fracturarme el brazo derecho a los 10 años en mi práctica de hockey, Levi llamó para quejarse de qué había hecho con mi brazo, porque le dolía su brazo derecho. O cuando tuvo ese accidente automovilístico que lo dejó