Una luna para el Alfa
Una luna para el Alfa
Por: Valentian M. Laborde
Capítulo 1:

Damino intento mantener su mirada firme en el anciano que tenia delante suyo, aunque las palabras que le acababa de escupir sin lugar a dudas lo estaban aniquilando. Lo peor de todo, es que esa noche habia luna llena. ¿Por qué demonios no escogieron otra noche para darle aquella terrible noticia?

Toda su vida el habia deseado una sola cosa, un único propósito, casarse por amor una vez que encontrara a su luna… su compañera. Pero a la vida le gustaba jugar malas pasadas y reírse en la cara de los soñadores.

—¿Entiendes lo que digo, Damino?—volvió a hablar el anciano con severa autoridad—. Necesitamos que te cases, y la princesa del clan enemigo es la mejor opción para eso.

Damino apreto los dientes con rabia, dejandolos a punto de estallar, mientras luchaba por contener al lobo que aullaba desenfrenado en su interior. Sin lugar a dudas esa iba a ser una noche muy larga.

Desde la muerte de su padre, hacia casi dos años, el se habia convertido en el Alfa mas joven de una manada a sus veinticinco años… ahora, dos años después, la muerte de su padre le seguía pareciento brutalmente dolorosa.

Según muchos decían, el habia muerto por un ataque humano durante la luna llena, aunque todos sabían perfectamente que los humanos jamás podrían haber acabado con su vida. Damino, muy lejos de aceptar aquella mentira, seguía sosteniendo una única teoría. El habia sido asesinado por la manada enemiga… la misma con la que ahora lo querían unir.

Ante el recuerdo de ese hecho, el príncipe licántropo no pudo contener mas la rabia que hacia hervir la sangre en sus venas y escupio:

—No pienso casarme con una princesa en cuyas manos corre la sangre de mi padre—la mirada dorada de Damino era abrasadora y brutalmente intensa.

A otros, a cualquier otra persona en el mundo, el tono y la mirada cargada de odio del príncipe lo habría enviado corriendo de regreso a casa. Pero no a ese anciano, curtido en el fuego de la guerra y el combate. Ante los ojos del anciano, el príncipe no era mas que un niño caprichoso haciendo una rabieta… y el, sin lugar a dudas, no toleraba las rabietas.

—Mas te vale comportarte, muchachito desagradecido… lo tienes todo, una corona en tu cabeza y una manada fuerte y fiel, pero eso no durara mucho una vez que mueras sin dejar un heredero—gruño el anciano, con un tono demandante, haciendo que los hombres allí se inclinaran levemente hacia atrás, sorprendidos y temerosos.

Pero Damino no dejaría el brazo a torcer. El se incorporo, dejando a relucir sus brazos tatuados con los símbolos de su manada, símbolos de honor y grandeza, los cuales solo lograban realzarse en contraste con su piel besada por el sol y su cabello tan oscuro como una noche sin estrellas.

—¿Y si me niego a concebir un heredero natural?—ronroneo el príncipe, desfiando a las máximas figuras de autoridad, aquel circulo de antiguos Alfas—. Se sabe, en la historia de las tribus, que muchos Alfas heredan su corona a otros miembros de la tribu que demuestren fuerza y fortaleza. Planeo hacer lo mismo.

La idea de tener un hijo con una mujer que no fuera su compañera… le parecía atroz, simplemente espeluznantemente horrorozo. Una parte dentro suyo le gritaba que aquello seria semejante a la traición. Algo que sin lugar a dudas no aceptaría en su vida.

El honor, el deber y la lealtad eran dones que lo caracterizaban, y no pensaba incumplirlos en ese preciso instante.

Sin embargo, el anciano sonrio de una manera cruel y despiadada. La sonrisa de un hombre que sabia perfectamente que era lo que iba a decir.

—En ese caso, príncipe, el circulo de Alfas se niega el derecho a reconocerlo como líder de nuestra manada—ronroneo el anciano, con un deleite maquiavélico, mientras se regodeaba en la desesperación que comenzaba a aflorar en las facciones de Damino.

El príncipe parpadeo perplejo, sintiendo el debastador impacto de aquellas palabras como si lo estuvieran hiriendo de muerte. Damino amaba a su pueblo, su gente y su corona; la corona que una vez habia sido de su padre y ahora, con mucho orgullo, el la portaba. Pero todos sus sueños, sus deseos y anhelos, ahora pendían de un fino y muy delicado hilo… meciéndose en el viento.

—¿Y quien estará a la altura de tomar mi lugar?—demando el príncipe con la mirada clavada en el anciano. Aunque ya sabia la respuesta a su torturadora pregunta.

—Aegan tomara tu lugar. Despues de todo, el tiene tanta sangre real en sus venas como tu—respondio el anciano, sabiendo perfectamente que sus palabras serian semejantes a disparos con plata para el príncipe.

Y no estaba equivocado. Damino contuvo la respiración con notable dificultad, mientras luchaba por no caer de rodillas ante ese grupo de monstruos crueles y despiadados. Aegan, su hermano, habia sido el primero en traicionarlos al romper el corazón de su padre.

El habia escogido otro camino, lejos de la manada. Desde siempre habia sido el renegado de la familia, sin embargo, desde que descubrió que seria Damino quien portaría la corona, su comportamiento fue de mal en peor, hasta que finalmente decidio emprender su propio camino en busca de lo que mas amaba. Poder.

—Para coronarlo tendrían que encontrarlo primero—escupio Damino con repudio, sintiendo la traición de aquellos hombres desalmados.

—Ya lo encontramos, cerca de Finlandia—dijo otro anciano a su lado con total desden ante la situación, sin un ápice de emoción o sentimiento hacia el príncipe caido.

Las palabras se atascaron en la garganta de Damino, mientras observaba la situación ante sus ojos. Todo era una pesadilla oscura y vil, una pesadilla de la cual parecía no poder escapar. Aquello era, sin lugar a dudas, traición. La traición mas cruel y despiadada posible… pero, aunque a su orgullo le costara admitirlo, no tenia otra opción.

Su corona estaba en juego, su trono peligraba. El odiaba mucho mas a su hermano que a una tonta princesa enemiga. Por eso tomo la decisión.

—Lo voy a hacer, me casare con la princesa—dijo el con tono aspero y cortante—. Pueden hacer que venga cuando se les de la gana.

Abatido por prinunciar aquellas palabras y renunciar finalmente al amor, el príncipe comenzó a darse la vuelta, mientras intentaba alejarse lo mas posible de esa situación. Sin embargo, el anciano al frente de aquel grupo volvió a hablar:

—La princesa ya fue informada sobre su matrimonio y esta en camino—escupio el anciano. Y al notar la sorpresa dibujada en el rostro de Damino aclaro—. Si no se casaba con usted lo iba a hacer con su hermano, quien ya habia aceptado la oferta y esta en camino… como dije una vez, príncipe, nadie es irremplasable.

Damino sostuvo la mirada de aquel hombre despreciablemente cruel durante algunos instantes, antes de simplemente darse media vuleta y marcharse del lugar. Ahora el tiempo corria en su contra. Como mucho tenia un dia… un dia para encontrar a su luna y desposarla, antes de que llegara la princesa y su vida se viera condenada a una existencia sin amor.

Porque, sin lugar a dudas, jamás llegaría a amarla. No lo suficiente como a su luna.

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