UN HILO DE ESPERANZA

Lorena se levantó con la tranquilidad de que su pesadilla había acabado y el Demonio se había ido para siempre.

Se puso a hacer el desayuno, como tantas veces había hecho para su hermano, pero con un ánimo y una alegría diferente.

—¿Cómo estás, cariño? —dijo María a su hija, mientras le daba un beso en la cabeza.

—Mejor , mami, ya estoy más tranquila al ver que papá no va a hacernos daño —respondió Lorena.

—¿Cómo es que nunca me has dicho nada? —preguntó su madre, mientras terminaba de hacer las tostadas.

—Por miedo a que os hiciera daño, ya viste lo que pasó cuando llamó el psicólogo de mi colegio —contestó la chica.

Después de esto, madre e hija se fundieron en un tierno abrazo.

Llegó Alberto a desayunar y se unió al abrazo.

—Hermana, creo que no deberías a ir a declarar. Mamá y yo nos bastamos —comentó el chico.

—Quiero ir y así ayudar a mamá. Contarlo me va a venir bien —replicó Lorena.

—Eres muy generosa, hija, siempre te has preocupado mucho por mí. Te pido perdón por no haberme dado cuenta antes de nada.

—No pasa nada, mamita. No estoy enfadada contigo. —Intentó consolar a su madre Lorena con esas palabras.

Terminaron de desayunar y fueron a la comisaría los tres juntos.

Preguntaron por el sargento Díaz y una agente les acompañó hasta su despacho.

—Lorena, te agradezco enormemente que hayas venido hasta aquí. Esta es la inspectora Julia Murillo y es la que te va a tomar declaración —dijo el Sargento Díaz.

La madre dejó por escrito todo lo que había ocurrido esa noche y se fue a la sala de espera mientras salía su hija.

Mientras tanto, Lorena estaba con Julia Murillo en la sala de descanso de la comisaría, pues quería que se sintiera lo más cómoda posible.

—No hace falta que me digas nada de lo que te ha pasado, yo rellenaré la denuncia —dijo Julia.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Lorena.

—Por favor, tutéame. He pasado por lo mismo que tú y al final de todo se sale. Con el tiempo, encontrarás a alguien que te hará enfrentarte a tus demonios y feliz podrás ser, al igual que me ha pasado a mí. En dos meses, me caso con un hombre maravilloso que ha tenido una paciencia infinita conmigo y con el que realmente voy a hacer el amor por primera vez —respondió la inspectora.

—Enhorabuena y ojalá a mí me pase lo mismo, pero no creo que nadie me pueda querer, no me gusto ni yo y mis partes están horribles —dijo Lorena.

Julia la abrazó y le dijo: «Eso con el tiempo lo superarás y hay soluciones para eso. Ánimo y cuenta conmigo para lo que necesites». Y le dio su tarjeta.

Lorena se reunió con su madre y su hermano y se fueron a comer a un restaurante cerca de la comisaría.

A pesar de todo, las pesadillas de Lorena no cesaron, por lo que María la llevó a una psicóloga especializada en esos casos.

Las sesiones funcionaban, pero la muchacha algo se guardaba, no era capaz de abrirse del todo, porque sentía vergüenza.

Un día, María vio el diario de su hija mientras limpiaba la habitación, no quiso leerlo, pues quería mantener su privacidad, pero cuando Lorena volvió del instituto le dijo que lo había encontrado, pero no lo había mirado.

—Gracias, mamá, no me hubiera importado que lo hubieras leído, pero dice cosas muy fuertes que te harían mucho daño —le comentó Lorena.

Las cosas iban a mejor y Lorena estaba recuperando la confianza en sí misma, pero tenía cierto recelo a los chicos, la había marcado muchísimo lo de su padre. Dentro de sí pensaba que ojalá la inspectora tuviera razón.

Después de dos años sin ir a la verbena, por miedo a que la miraran mal, Lorena ese año decidió ir. Era una de las pocas tradiciones que no habían cambiado en el pueblo desde que era niña.

Ese año, su corazón le decía que algo iba a ser distinto, que algo iba a cambiar y no se equivocaba.

Lorena se sentó en un banco en una esquina de la verbena, para pasar desapercibida, tras dar un par de cortes a los chicos del pueblo, parecía que nadie se atrevía a acercarse.

La chica estaba a punto de marcharse, pues estaba aburrida, pero se le acercó un chico que no había visto nunca, era alto, moreno con unos caracolillos en el pelo y unos ojos entre verdes y marrones que eran como hipnotizantes, de lo expresivos que eran.

—¿Quieres un refresco? —le preguntó, ofreciéndole uno de los que llevaba en las manos.

—Sí, gracias, estoy sedienta —respondió Lorena, haciéndole una seña para que se sentase a su lado.

Estuvieron muchísimo tiempo hablando y la chica estaba agusto con ese desconocido, no quería preguntarle el nombre, pues le había dicho que cuando acabaran las fiestas se iría y así no le cogería tanto cariño.

Al despedirse, Lorena dio un abrazo al chico y sintió algo que no había sentido nunca, no sabía que era, pero era una sensación muy agradable de paz, tranquilidad y de mucha ilusión en su corazón.

Se fue a casa con una sonrisa, pensando en lo que la había ocurrido, pues no se lo esperaba para nada.

Esa noche tuvo un sueño muy agradable donde Iker, nombre que ella le había puesto, ya que era el del protagonista de su novela favorita, mataba al demonio y huían juntos sin mirar para atrás.

Lo que Lorena no sabía es que ese chico en un futuro mataría sus demonios pasados, presentes y los que estaban por venir.

A la mañana siguiente, mientras se duchaba, la muchacha se sentía mejor, más segura, se lavaba sus partes sin miedo ni vergüenza, como otras veces, e incluso llegó a excitarse un poco al pasarse la ducha, era una sensación nueva y desconocida para ella, era agradable y le gustaba.

Salió del baño y una vez seca, observó su cuerpo desnudo ante el espejo y se veía guapa, por primera vez.

Ese desconocido, en unas horas, había hecho mucho más que años de psicólogo.

Se puso su vestido de los días de fiesta y pidió a su madre que le ayudara a maquillarse.

—¿Es por el chico de anoche? —le preguntó la mujer.

—Sí, me ha hecho sentir cosas hasta ahora desconocidas para mí, pero es una pena que mañana se vaya —respondió Lorena.

—Podéis seguir en contacto y a lo mejor os volvéis a encontrar.

—No quiero hacerme ilusiones, disfrutaré hoy y luego ya se verá.

Bajaron a la verbena y el chico la estaba esperando en el mismo banco.

Lorena fue hacia él corriendo y se fundieron en un tierno y cálido abrazo eterno.

Estuvieron toda la noche hablando y también bailando, el muchacho la acompañó a su casa y tras el abrazo, Lorena dijo: «Gracias por estos dos días tan maravillosos para mí, me has ayudado muchísimo, de verdad». Y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias a tí y te prometo encontrarte algún día y pasare el resto de mi vida contigo —le respondió.

—No prometas algo que no puedes cumplir —le dijo Lorena.

—Cumplo todo lo que digo.

Se volvieron a dar un abrazo y cada uno volvió a su casa.

Algo de esperanza había nacido en el corazón de la chica y empezó a pensar que Julia tenía razón.

Durante unos días, no pudo dejar de pensar en aquel desconocido y cada día estaba más convencida que Dios haría que se volverían a encontrar.

Lorena había decidido cambiar algo en su vida y buscar algo que le gustara de verdad.

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