Estuardo detuvo el auto frente al edificio de Amanda y apagó el motor, soltando un suspiro pesado mientras miraba hacia la entrada. Durante todo el trayecto, había repetido en su mente lo que planeaba decirle: que lo suyo nunca iba a suceder, que amaba a Sofía y estaba dispuesto a luchar por ella.
Se lo debía a su matrimonio, y sobre todo, a sí mismo. Que no podría cumplirle la promesa de casarse con ella y sobre todo que no iba a interferir en su relación con Jacobo o con algún otro hombre.
Había enviado un mensaje a Amanda para avisarle que iba en camino, pero hasta ahora no había recibido respuesta, algo que comenzó a inquietarlo.
Tras unos minutos de duda, salió del auto y caminó hacia la entrada. Subió al tercer piso y llegó a la puerta del apartamento de Amanda. La puerta, extrañamente, estaba entreabierta. Estuardo se detuvo un segundo, confundido, y luego decidió entrar, llamándola con cautela.
—¿Amanda? ¿Estás aquí?
El apartamento estaba en penumbra, y un escalofrío le reco