Capítulo 64: Qué la magia no termine, y el cuento acabe.
Miguel abrió sus ojos, estiró su brazo y encontró que en el lado izquierdo de la cama estaba vacío. Se sentó de inmediato, miró su reloj y eran como el medio día, se llevó la mano a la frente, buscó sus pantalones, los encontró sobre una silla.
—Lu —exclamó con cierta preocupación, la buscó por la casa, pero no la encontró, entonces salió de la finca, y la miró a los lejos, se hallaba sentada frente a una pequeña laguna artificial.
Juan Miguel soltó el aire que estaba conteniendo, la contempló en silencio, ella no parecía real, se veía tan etérea, podría decirse que se asemejaba a las hadas que solían inventar sus hermanas y que decían que aparecían entre los frondosos árboles de la Momposina.
Con lentitud se fue acercando, entonces Lu, al escuchar el crujir de las hojas secas, giró su rostro y elevó su mirada, esbozó una sonrisa sincera al verlo.
—Buenas tardes, bello durmiente —bromeó ella.
Juan Miguel rascó su nuca, sonrió.
—Se me pegaron las sábanas, ¿qué haces aquí? ¿Desayu