La penumbra envolvía la ciudad y Juan Miguel llegó de su viaje, Lu lo sabía y por eso se envolvió en las sábanas y fingió estar dormida.
A Miguel se le hizo extraño que ella no bajara a recibirlo, todo estaba oscuro.
—Lu, amor, ya llegué —gritó desde las escaleras, pero no obtuvo respuesta. Entró a la alcoba, y encendió la luz, frunció el ceño, ella estaba dormida. Se aproximó con delicadeza, le delineó el rostro con la yema de sus dedos.
—Despierta dormilona —murmuró.
Lu deseaba no hacerlo, no despertar jamás, pero no podía esconderse de él.
«No tengo el valor de verte a los ojos» se dijo mientras permanencia con los párpados cerrados.
Juan Miguel le hacía cosquillas, entonces no tuvo más remedio que despertar.
—Hola amor —susurró él—, ¿tuviste mucho trabajo?
Lu parpadeó, pasó la saliva con dificultad, lo miró vacilante.
—Sí bastante, estoy rendida. ¿Cómo te fue?
—Bien, te traje un regalo, cierra los ojos —solicitó.
Lu no muy animada obedeció, y luego de un par de