Subimos a la limusina, Mauro me lanzó el bolso de mano que había llevado para el funeral y había dejado en el auto.
— ¡Toma! Arréglate un poco, cambia esa cara, mujer. ¡Es el día de tu boda!. — Ordenó con un deje de sarcasmo.
Le volteé los ojos en respuesta, no estaba de humor para ese estúpido comentario, cuando él vio mi expresión y me respondió con una mirada asesina, como una amenaza silenciosa.
Me miré en el pequeño espejo, estaba roja e hinchada, con el maquillaje corrido por toda la cara y el labio algo hinchado.
— Mauro, pensé que esperaríamos. — Comencé a murmurar. Él me observó con los ojos entrecerrados. — No tengo ni siquiera la documentación para casarme, no puedo hacerlo en este momento.
— ¡Estás loca! ¿Crees que voy a esperar que algo pase para que arruine mis planes? ¿O qué voy a darle tiempo al idiota de Roberto para que intente algo? Nos casamos ya mismo. — Concluyó con autoridad. — Y por tus papeles no te preocupes, no es algo que, con dinero e influencias, no