4. Almuerzo

Iliana

Dos semanas antes.

Llego a mi turno como todas las mañanas y me voy directa a mi consultorio, mi enfermera, Trudy me recibe con una cálida sonrisa que yo le correspondo.

—Ya llegó su cita de las ocho, doctora —me avisa— Samanta estaba asustada porque usted no viniera hoy. Aunque le aseguré que usted jamás dejaría a sus pacientes.

—Gracias, Trudy ya la atiendo —y entré a mi espacio Zen.

Me gustaba estar en el hospital, era bastante tranquilo, por ser un pueblo. Pero a veces solo los turistas tienen sus accidentes.

Me puse mi bata médica e hice pasar a la primera paciente del día con una sonrisa. A eso del mediodía cuando estaba a punto de irme a descansar un poco a la cafetería y comer un sándwich o comer cualquier otra cosa. Alguien tocó mi puerta.

—Pase —contesté al llamado en mi puerta, pensando que podía ser una emergencia de alguna de mis pacientes.

Se asomó una cabellera rojiza, era el doctor Alexander Grantham, tenía una sonrisa juguetona bastante contagiosa cuando me vio desocupada.

—Es hora del almuerzo y pensé en invitarte a comer —me dice con las mejillas algo rosadas.

—Yo… mmm —no supe que decir— doctor Grantham, no sé si sea buena idea —comencé diciendo.

Alexander Grantham era muy caballeroso y amigable las pocas veces que habíamos hablado, de cabello rojo corto y ojos como la miel, no me gusta intimar con mis compañeros del trabajo, pero es cierto que necesito comer como todo el mundo. Comer como compañeros de trabajo no tendrá ninguna repercusión.

—Juro que no muerdo —me dijo con una risilla contagiosa alzando las manos como si fuera inofensivo.

—Tienes razón, necesito comer algo de todos modos —le respondí.

Sonrió más ampliamente al ver que acepté su invitación, me levanté y dejé la bata en un perchero en la esquina de mi oficina algo dudosa de irme con el doctor. No quería que malinterpretar nada, tomé mi cartera, pasé un mensaje de texto rápido y me fui con el doctor Grantham

—Gracias por aceptar mi invitación —me dijo el doctor Alexander, mientras bajábamos por el ascensor.

—Todos necesitan comer ¿no? —dije en broma y el río conmigo.

—Tengo reservación en un buen restaurante que me imaginó que te gustará —me explica mientras vamos llegando al estacionamiento y voy hacía mi carro.

—Puedo llevarte en mi auto, es el último modelo de Mercedes Benz —me dijo orgulloso de su auto.

Vi el bonito auto comparado con el mío que ni siquiera es del año pasado, pero nos llevaba a donde necesitábamos.

—No te preocupes, voy en el mío por si sale alguna emergencia con alguno de mis pacientes. No quiero interrumpir tu almuerzo —llegué a la rápida explicación.

—Bien, bien, vamos. Sígueme —me dice subiendo a su auto.

—Claro —respondí entre dientes.  

Ya me estaba arrepintiendo de esta salida a comer, pero ya había aceptado.

Fuimos al pueblo que estaba al lado y fuimos directo al bar de Alina y Fred y di gracias a Dios por eso. Ya Alina sabía que me gustaba comer y que no y comíamos allí una vez por semana para vernos en nuestras noches de chicas.

En cuanto llegué me fui a estacionar donde siempre y salí del auto viendo a los lados, estaba algo nerviosa.

No suelo salir sola con hombres desde hace mucho tiempo, me dediqué por completo a mi carrera y no quise ver a ningún otro hombre.

—Te ves algo pálida —me dice Alexander.

—Estoy bien, tal vez es la azúcar baja —me excusé.

—Bien pidamos algo dulce —sonríe y no le sigo.

De hecho me puse muy seria.

—Soy diabética, no puedo comer azúcar —le dije despacio.

Su rostro congeló la sonrisa por unos segundos y luego también se puso serio y se veía incómodo.

—Cuanto lo siento, no lo sabia —se excusó rápidamente— mejor busquemos una mesa.

—No pasa nada, en serio —lo tranquilicé con una sonrisa cálida.

—Me alegra no haber metido la pata —suspira de alivio.

—¿Iliana? —escucho que preguntan y al girarme veo a Alina.

—Lina, cariño —la abracé agradecida por verla— ¿Cómo has estado?

—Ocupada con el menú de la boda de Balthy y Cass —me dice con una mueca en sus labios.

—Hola, me llamo Alexander Grantham —el doctor extiende su mano y Alina confundida le responde.

—Lo siento, Alexander —respondí apenada— Alina, este es mi compañero de trabajo en el hospital, el doctor Alexander Grantham.

—Un placer conocerte —Alina le regaló una sonrisa— deja que le diga a Fred quien vino hoy.

—Amor, no creerás quien me visito en la cocina —llegó Fred con una enorme sonrisa.

—Hola, Fred —saludé al loco marido de mi amiga.

—¡Oh! ¡Hola, Iliana! ¿Iliana? —se veía nervioso— tenías tiempo que no venías.

—Hoy me invitaron a comer y dije ¿Por qué no? —Aluna y yo reímos juntos con el doctor Alexander, Fred no tanto— Fred, te presento al doctor Alexander Grantham.

—Claro, que sí. Bienvenida —me respondió con una sonrisa que sentí forzada.

—Cariño, dijiste que alguien te había visitado —habla Alina viendo en dirección a la cocina.

—Es… un viejo amigo —titubeó un poco antes de hablar.

—Mejor les damos una mesa o les saldrán raíces o peor una emergencia —salió Alina con una sonrisa.

En segundos ya nos tenía una mesa en un hermoso lugar, cerca de la ventana, estaba en un lugar estratégico y hermoso. Íntimo, pero no demasiado como para no hacerle creer cosas que no son a Alexander.

—Vaya —dice Alexander, tomó un trago de su copa de agua— jamás me imaginé que conocieras a los dueños del restaurante.

—Fred es el esposo de mi mejor amiga —me encogí de hombros.

—Ana —tragué grueso al oír a Jazziel.

Solo él me llamaba así, por más que le exigiera que ya no lo hiciera.

—Jazziel Dunn —lo miré con odio en mis ojos.

—Vamos, Ana nuestros amigos van a casarse dentro de unos días. No puedes odiarme para siempre —me dice con esa tonta sonrisa.

—Obsérvame, Jazziel —le dije levantando el mentón.

El resopló y se retiró de la mesa resignado, casi como si yo tuviera la culpa de su actitud. Cuando fue él.

Él es el culpable de que lo odie como lo hago. Y no pienso perdonarlo.

—¿Quién es él? —pregunta Alexander al cabo de un rato.

—Un… viejo amigo, las cosas no terminaron bien y no quiero hablar del tema —me adelante a lo que sea que fuera a preguntar.

No estaba lista para hablar de ese tema con nadie. Aún.

—Entendido. Mejor ordenemos, los haggis de aquí son deliciosos —me informa como si yo no lo supiera

—Se me antoja un pescado —dije aún mirando la carta e imaginando todas las delicias que Alina y Fred saben preparar.

—Me gustaría que probaras los haggis —insiste.

—Hoy no estoy de humor de Haggis, pero cómelos tú, seguro están deliciosos —le sonreí amable.

—Tienes razón, pediré los haggis —el ambiente se volvió algo tenso y empeoró cuando vi quien salió de la cocina.

¡Genial!

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