Richard asintió y se sentó correctamente. Miró a sus padres. Eran una familia de tres, pero el amor que los unía era más fuerte que cualquier lazo imaginable.
Nada ocurría sin una decisión en conjunto. Sabía que sus padres estaban a punto de tomar una decisión o iniciar una misión, y necesitaban su consentimiento y opinión.
—Ya lo hablé con tu madre, y ella ya apoya mi idea. Ahora necesito tu consentimiento también. Ustedes son mi primera familia y las personas más importantes en mi vida —dijo Adrian.
—Todavía no me has dicho nada. ¿Sobre qué necesitas mi opinión? —preguntó Richard, ya bostezando, agotado por el día.
—Lo sé, Richard. Estoy considerando postularme para el cargo de primer ministro —le reveló Adrian. Lo miró fijamente, esperando su reacción.
Los labios de Richard se separaron y no pudo evitar sonreír ampliamente. No dijo nada de inmediato, pero estaba feliz. Le interesaba lo que sus padres —su padre, específicamente— pretendía hacer.
Sus dos mandatos como senador fueron