El ladrón usó toda su fuerza. Marcus no esperaba que Rubí intentara bloquearlo, así que se apresuró a protegerla. El impacto lo derribó con violencia, haciéndolo caer pesadamente contra el borde de la fuente. El vidrio decorativo y los azulejos de porcelana se rompieron en mil pedazos, y el agua cristalina comenzó a teñirse de rojo con la sangre que brotaba de sus manos. Su ropa estaba desgarrada, y su aspecto resultaba alarmante.
Las lágrimas de Rubí brotaron al instante. Se inclinó hacia él, temblorosa, intentando ayudarlo a levantarse mientras sollozaba:
—¡Marcus, estás sangrando mucho! ¿Vas a morir? ¡Levántate! ¿Por qué te pusiste frente a mí? ¿Por qué eres tan estúpido?
Lloraba desesperada, como una niña asustada.
La mano de Marcus sangraba profusamente, pero él apenas sentía dolor allí. En cambio, la cadera y la pierna le dolían intensamente por la caída. Cuando Rubí lo sostuvo con fuerza, el dolor se agudizó. Aun así, Marcus respiró hondo y, al ver su rostro empapado de lágrima