Su tono era tan natural que parecía estar describiendo un incidente menor.
Marcus añadió con cortesía:
—Si alguno de ustedes, señores reporteros, desea comprobarlo, puede registrarlo personalmente.
Uno de los periodistas más atrevidos dio un paso al frente. Se inclinó para revisar al hombre y, tras un momento, levantó algo brillante entre sus manos.
Era un encendedor plateado, de diseño fino y elegante.
Un murmullo recorrió la sala.
A simple vista, no parecía que el ladrón lo hubiera robado por dinero. Lo había hecho por orgullo, por demostrar su habilidad.
Y esa arrogancia fue su perdición.
Si no hubiera venido, nada habría ocurrido, pero algunos hombres simplemente no podían resistirse a un desafío.
Cuando los presentes vieron el encendedor recuperado, la tensión se disipó parcialmente, aunque no del todo. Algunos reporteros se miraron entre sí con escepticismo.
—¿Y si no es el verdadero ladrón? —susurró alguien—. ¿Y si lo trajeron solo para encubrir el escándalo?
Marcus percibió la