Marcus habló entonces, en un tono tan natural que dejó a todos descolocados:
—Noah, gracias. Deberías volver. Yo me ocuparé de Rubí. Afortunadamente, no hay forasteros aquí. Si hubiera reporteros, podrían malinterpretarlo otra vez.
Noah lo miró sorprendido, incapaz de creer lo que escuchaba.
Esperaba reproches, furia… pero Marcus estaba increíblemente tranquilo, casi demasiado.
El silencio se prolongó unos segundos.
Marcus levantó la vista y lo observó fríamente, con una mirada que decía más que cualquier palabra.
“¿Todavía no te vas?”, parecía preguntar.
Ante esa mirada, Noah no se atrevió a quedarse ni un segundo más.
Dirigió una última mirada a Rubí, se dio media vuelta y se marchó sin decir palabra.
Solo cuando la puerta de la azotea se cerró detrás de él, Rubí respiró un poco más tranquila.
Las pocas personas en el lugar se miraban entre sí, pero no se atrevían a decir nada más. Después de todo, Marcus había hablado, así que el asunto estaba zanjado. Él permitió que cuidaran de R