—Ese mismo —confirmó Emily con una risita.
Rubí guardó silencio por unos segundos, su mirada se volvió fría. Luego dijo con ironía:
—Entonces parece que tendré que encontrar la oportunidad perfecta para devolverle el favor.
Si Zoey había decidido atacar primero, no tenía sentido contenerse. Además, la familia de Rubí no era inferior. Tal vez era momento de demostrarle a su padre biológico de lo que ambas hijas eran capaces.
Sin embargo, antes de que pudiera pensar en su contraataque, sonó su teléfono. Era Dan, y su voz sonaba visiblemente alterada.
—Rubí, tenemos un problema. Ocurrió un accidente con el lote de loncheras que ordenaste ayer.
—¿Qué lote? —preguntó Rubí, frunciendo el ceño.
—El de las cuarenta mil cajas que conseguimos del orfanato.
Rubí se congeló un instante.
—¿Qué pasa con esas cajas?
—El orfanato llamó —explicó Dan con tono ansioso—. Dicen que todavía las necesitan y no están dispuestos a vendérnoslas.
—¿Qué? Pero ya las usamos. Diles que les compraremos otro lote nu