Weston, quien estaba presente y llevaba una máscara, permaneció inmóvil. Su rostro era indescifrable, aunque quizá tras esa máscara se ocultaba alguna emoción.
Caminó hacia la televisión, la sostuvo suavemente y luego miró a Zoey con una expresión fría. Su voz sonó profunda, firme y contenida:
—¿Cuál es tu plan?
—He subestimado a esa mujer —murmuró Zoey. Respiró hondo varias veces para calmarse antes de añadir—: No puedo creer que se le haya ocurrido una solución tan rápido. Pero... esas loncheras que están siendo esterilizadas, ¿por qué se me hacen tan familiares?
Weston respondió con voz calmada, sin mostrar emoción alguna:
—Son las que la señora Jensen compró para donar a los niños del orfanato la última vez. Compró más de lo necesario y tenía pensado devolverlas.
—¿Entonces por qué están en manos de Rubí? —preguntó Zoey fríamente. Sus ojos ardían de ira y apretó los puños con tanta fuerza que las uñas casi se le clavaron en las palmas.
—Escuché que la señorita Gibson se las compró