CAPÍTULO 3: NUNCA CONOZCAS A TUS ÍDOLOS

El camino hacia la dirección se le hizo eterno a Mía. Nunca se había sentido tan confundida como ahora. Dereck, imponente como se veía, andaba a su lado mientras ambos se apersonaban a la oficina de dirección.

Sabía que debería estar pensando en el motivo por el que la han citado a la dirección, pero Mía no podía concentrarse porque tenerlo tan cerca de ella la ponía demasiado nerviosa. Le costaba sacarse de la mente la conversación que había tenido con él en el aula de clases; y le parecía extraña la última reacción.

Sin embargo, lo que la tenía mal era recordar el beso que le estampó en los labios a la pelirroja, como si de alguna forma él supiera lo que ella estaba sintiendo, y lo hubiera hecho con toda la intención de lastimarla.

Ambos llegaron a la oficina y una amable recepcionista los hizo pasar.

—¿Qué habrás hecho? ¿Me dibujaste en alguna pared? —cuestionó Dereck a la chica mientras todavía estaban solos.

—¿Qué? Por supuesto que no —negó sintiéndose avergonzada.

Primero le decía que era muy buena, pero ahora parecía que no le iba a dejar pasar lo de los dibujos.

—Nunca me habían llamado a la dirección, algo tuviste que haber hecho —acusó cruzándose de brazos. Dereck se apoyó en el marco de la puerta y giró los ojos.

Por fuera quizá parecía que demostraba desinterés, e incluso algo de molestia, pero lo que sucedía en su interior era muy distinto. Dereck necesitaba alejarla todo lo posible, porque no estaba seguro de cuánto más iba a ser capaz de resistir oponerse al lazo de luna.

—¡Pues a mí tampoco! ¡Y yo no he hecho nada malo! —se defendió Mía.

No podía creer que él la acusase de algo solo porque los han llamado a ambos. A pesar de la intensa atracción que sentía por él, en ese momento realmente deseó golpearlo.

—Pueden pasar —dijo una voz desde el interior de la oficina.

La directora de la universidad era una señora de mediana edad muy elegante y refinada. Llevaba puesto un vestido de color púrpura entallado y corto hasta las rodillas, con unos tacones de color beige que le combinaban muy bien. Los recibió con una sonrisa a la vez que invitaba a que tomasen asiento.

—Lo del partido fue un incidente, le juro que yo no… —comenzó a decir la castaña creyendo que la llamada había sido por el confrontamiento con Ginger.

—¿De qué habla señorita Sullivan? —interrumpió la directora Kilpatrick.

—Ah…

La risita disimulada de Dereck se escuchó, a pesar de que trató de contenerse. Ella lo miró con ojos asesinos.

—Bueno, la razón por la que los he citado aquí es para una excelente noticia. El equipo de la Oak University se escogió para participar en los juegos internacionales de las universidades más prestigiosas del mundo.

—¿En serio? —preguntó Dereck sin dar crédito a sus palabras.

—¡Sí! —exclamó la directora sin ocultar su emoción—. Como eres el capitán del equipo de futbol imaginé que debías ser el primero en saber la noticia.

Mía sonrió, a pesar de la molestia, estaba feliz por verlo triunfar, sin embargo, no entendía qué tenía que ver ella en todo eso.

—El viaje será dentro de una semana, así que tienes este tiempo para preparar al equipo, decirles la noticia. La universidad correrá con los gastos de viaje y hospedaje.

—Felicidades —habló Mía llamando la atención de ambos.

—Oh, no creas que me he olvidado de ti. La razón por la que te llamé tiene que ver con el viaje.

—No comprendo señorita Kilpatrick.

—Viajarán a Italisia. Sé que usted tiene muy poco tiempo en la universidad, pero estoy muy impresionada con sus notas y los comentarios que dicen los profesores sobre ti son muy buenos. Necesitamos a alguien que hable Italisio y creo que no hay nadie mejor que tú en la universidad para ello.

Mía no pudo evitar sorprenderse, esbozó una gran sonrisa de oreja a oreja.

—¿En serio? ¿Yo?

—Bueno, sale más barato que contratar a alguien profesional —bromeó la directora. Dereck se echó a reír—. La profesora Ferreti no podrá asistir porque la semana que viene tiene una operación que no puede posponer, así que, ¿qué dices?

—Por supuesto que sí, estaré encantada —aceptó poniéndose de pie.

La directora Kilpatrick estrechó la mano de ambos y de inmediato les hizo firmar los respectivos permisos y consentimientos.

Mía salió de allí con el corazón acelerado, estaba emocionada por viajar, hasta que de pronto sintió la mano gruesa de Dereck envolver su brazo y acorralarla contra la pared.

Su repentina cercanía la puso realmente nerviosa. Él la cercaba con ambos brazos y estaba a escasos y peligrosos centímetros, sin embargo, Dereck le llevaba una cabeza y media de altura. Se sintió diminuta e indefensa, no supo cómo reaccionar. Mentiría si dijese que ella no había fantaseado con algo así, pero no era lo mismo.

—¿Qu-qué haces…?

—¿Qué es lo que has hecho tú?

—N-no… no sé de qué…

—Nunca me había cruzado contigo y ahora de la nada apareces en todas partes. Algo hiciste para que la directora te considerase para el viaje, ¿te inscribiste en una lista o algo así?

Mía no comprendía por qué él estaba tan molesto, mucho menos los motivos de su reclamo sin sentido. En cambio, Dereck estaba enloqueciendo. ¿Cómo demonios iba a poder controlarse si la iba a tener a pocos metros en un viaje de varios días?

Se le estaba haciendo realmente difícil y tenerla así de cerca no ayudaba a que su bestia interna se mantuviese bajo control.

—Yo no he hecho nada.

—No me mientas, estás obsesionada conmigo —atacó.

Mía sintió una punzada de dolor en el pecho, frunció el ceño y apretó los puños. No estaba dispuesta a dejar que él la humillase. Se armó de valor y lo empujó poniendo ambas manos en su pecho.

Por los breves segundos en los que sus cuerpos se tocaron, Mía sintió que una intensa fuerza de gravedad lo atraía hacia él, pero se contuvo y lo empujó.

—¡Estás loco! Solo te dibujé, no creas que eres el centro de mi universo.

—Pues entonces no vayas al viaje.

Mía abrió la boca, lista para gritarle una sarta de insultos. ¿Quién se creía él para prohibirle ir a cualquier parte?

En su mente, Dereck solo suplicaba que se alejara.

—Si te molesta mi presencia, entonces no vayas tú —espetó, dio media vuelta haciendo un gran uso de su autocontrol y fuerza mental para no voltear a verlo o echarse a correr.

Dereck se quedó pasmado en el pasillo viendo su silueta alejarse hasta que dio media vuelta en la esquina. Gruñó con fuerza y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos ambarinos se tornaron de un intenso rojo escarlata. El color de los Alfas.

Hacía mucho tiempo que no se transformaba, pero en ese momento todo lo que deseaba era darle paso al lobo interior que había tenido encerrado durante tantos años y correr libre en el bosque.

Estaba confundido entre la ira y el deseo que sentía por ella. Era claro que, a pesar de ser humana, era terca y testaruda.

El timbre sonó y taladró en sus oídos, lo que provocó que saliera disparado hacia afuera. Hizo caso omiso a los amigos que lo llamaban y se adentró en el bosque que colindaba con el edificio en la parte de atrás.

Por su cabeza pasaron muchas ideas, incluso pensó en renunciar, tomar sus cosas y volver a huir como siempre terminaba haciendo. Había oído que los bosques en Urbanwood estaban habitados por manadas que recibían a hombres lobos solitarios como él, pero ir hasta allá significaba cruzar el océano y dejar toda su vida en Oakwood Lane.

A pesar de que se decía a sí mismo que no quería saber nada sobre el mundo sobrenatural, Oakwood era su hogar, y su mate estaba ahí.

No podía irse, no ahora que sabía que ella existía.

—¡Maldit4 sea! —renegó—. No voy a huir —se dijo a sí mismo—. Una simple humana no va a arruinar todo mi esfuerzo —dijo con determinación.

Respiró profundamente y regresó a la universidad donde estaba reunidos sus amigos del equipo.

—¡Ey, ahí viene Dereck! —avisó Pablo.

—Y les traigo excelentes noticias.

Todo el grupo se reunió alrededor de la mesa de madera. Ginger llegó a su lado y se sentó en sus piernas.

—¡Nos vamos de viaje a Italisia! —anunció con emoción.

Los chicos del equipo gritaron vítores de emoción. Ginger lo abrazó con fuerza y le dio un beso para felicitarlo. Él le sonrió, pero en cuanto percibió el aroma de su mate, fue imposible no voltear a mirarla.

Mía pasó por allí con Cassandra y otro chico. Lo miró a los ojos mientras él sujetaba con firmeza las caderas de su novia.

—Ya deja de mirarlos —reprendió su amiga.

—Es un idiota, no sé por qué me obsesioné con él en primer lugar —le respondió a su amiga.

—Pues, ya sabes lo que dicen: “nunca conozcas a tus ídolos” —dijo Cassandra citando el famoso refrán.

El muchacho que los acompañaba, Ambrose, se echó a reír.

—Te obsesionaste con él porque está jodidamente sexy, obviamente. Si me dejara yo lo volvería gay —bromeó mordiéndose el labio.

Las dos chicas se echaron a reír con el comentario y tomaron asiento en una mesa que daba directamente frente a la del grupo de los futbolistas.

—No es el único hombre del planeta. Lo olvidaré y ya.

—¿Cómo se supone que harás eso con el viaje que tienen dentro de una semana? —cuestionó Cassandra.

Mía se encogió de hombros y cuando terminaron de comer, se puso de pie y caminó directo hacia la mesa, no obstante, se detuvo como a un metro, al lado de la papelera y viéndolo a los ojos, arrojó el block de dibujo a la basura.

Dereck no necesitaba escucharla decir ni una palabra para comprender lo que eso significaba: ella ya lo estaba odiando, y no sabía si sentirse bien o mal con el rechazo de la única mujer que estaba destinada para él.

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