ISABELLA RODRÍGUEZ
«Si no me explicas lo que ocurrió, no puedo ayudarte», había dicho Daniel, sentándose en el borde de la cama, con el ceño fruncido y su mirada clavada en mi rostro. Apreté los puños, jalé aire y solté todo.
Fue como sacarme una estaca del pecho, fue doloroso, sangré, pero me liberé. Después de vomitar todo lo que cargaba, el silencio se volvió inusualmente cómodo, aunque me preocupaba que fuera la paz que antecede a la tormenta.
—Aquel día dijiste que parecía una persona que necesitaba ayuda… —dije pensativa—. ¿Qué te hizo creer eso?
Por un momento creí que no me había escuchado, pues seg