El silencio que siguió después de las palabras de Rachel fue ensordecedor. Joseph, parado detrás de Caroline, se quedó congelado al verla. Su rostro se tensó, lleno de sorpresa y de pánico. Nunca había imaginado que Rachel, la mujer que siempre había sido discreta y calculadora, y a la que siempre había considerado totalmente ingenua, aparecería así, en medio de su escondite.
Sin embargo, lo que más lo desconcertó fue la peligrosa calma en su mirada y el hecho de que estaba sola.
Caroline, por su parte, intentó mantener la compostura, pero en sus ojos se vio su clara sorpresa y el creciente miedo. Apretó la copa de champán con fuerza, como si quisiera aferrarse a ese momento de victoria que parecía desmoronarse ante sus ojos, antes de alar la barbilla y decir, intentando recuperar su tono petulante y sarcástico.
—¿Qué clase de asuntos pendientes, querida? No sabía que hubiera algo pendiente entre tú y yo. No sé de qué hablas.
—¿En serio, no sabes? ¿Entonces por qué están aquí los dos?