Bastián conducía con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. El silencio en el auto era sofocante, apenas interrumpido por los sollozos ahogados de Valentina y las miradas preocupadas de Angela, que no podía dejar de observar la tensión en el rostro de su primo.
Bastián no dijo una palabra, su mente todavía revuelta por la furia y la traición que acababa de presenciar. Los dedos de sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponían blancos, y cada kilómetro que recorrían parecía incrementar la distancia entre él y el autocontrol que tan desesperadamente intentaba mantener.
Al llegar a su apartamento, Bastián no esperó ni un segundo. Abrió la puerta del auto y salió con la rapidez de un rayo, sin darles a sus hermanas tiempo para reaccionar. Jaló a Valentina fuera del coche con brusquedad, casi arrastrándola hacia la entrada del edificio. Los pasos de Angela intentaban seguirlos, su voz temblorosa suplicando a Bastián que se calmara, pero era como si él no